Testimonios Selectos Tomo 2

Capítulo 33

La reforma en otros países

No acabó la Reforma al morir Lutero ni se contrajo a la nación alemana. Al presentar a las gentes la Biblia abierta, procuró ser admitida por todos los países de Europa. Algunas naciones la recibieron gozosamente como mensaje del cielo. En otras tierras el papado logró en gran parte impedir que entrase, y fué de allí casi enteramente excluida la luz del conocimiento bíblico con su poderosa influencia.

En Suiza

Pocas semanas después del nacimiento de Lutero en la choza de un minero de Sajonia, nació en la granja de un pastor de los Alpes un niño destinado a ser cuando hombre el caudillo de la Reforma en Suiza. Ulrico Zuinglio, como Lutero, siendo aún muy joven se ordenó de sacerdote en Roma, "dedicándose con toda su alma a la investigación de la verdad divina, porque estaba persuadido de lo mucho que debía saber aquel a quien se le confiaba el rebaño de Cristo." 1

Primero en Einsiedeln y después en Zurich, presentó Zuinglio la palabra de Dios como única autoridad infalible, y la muerte de Cristo como el único sacrificio completo. Muy luego se levantó contra él violenta oposición; pero su obra y la de sus colaboradores ya habían contribuído a dar un enérgico impulso a la causa de la reforma protestante en Suiza.

En Francia

Antes de que el nombre de Lutero tuviese fama de reformador, ya había comenzado la Reforma en Francia. Uno de los primeros que aceptaron la luz fué el anciano Lefevre, profesor de la universidad de París, quien introdujo el estudio de la Biblia entre sus alumnos, algunos de los cuales escucharon anhelosamente sus enseñanzas y continuaron proclamando la verdad después de muerto su profesor. Uno de los discípulos de Lefevre fué Guillermo Farel. Un dignatario de la iglesia, el obispo de Meaux, se unió a los reformadores y el evangelio fué ganando adherentes entre todas las clases sociales, desde el hogar de los obreros y campesinos hasta el palacio del rey.

La hermana de Francisco I, entonces monarca reinante, aceptó la fe reformada. El mismo rey y la reina madre parecieron por algún tiempo inclinados a su favor, y los reformadores pusieron halagüeñas esperanzas en el día en que fuera ganada Francia para el evangelio. Pero sus esperanzas no habían de verse realizadas. Terribles pruebas y persecuciones aguardaban a los discípulos de Cristo en Francia. Mientras hombres intrépidos proclamaban el libre evangelio de Cristo y cada día aumentaba el número de conversos, muchos atestiguaron la verdad en la hoguera. El ejemplo de valor y fidelidad que estos humildes cristianos dieron en la pira, fué elocuentísimo para millares de personas que en días de paz no habían oído su testimonio. Sin embargo, el mal triunfó por último y fué rechazada la verdad del cielo.

Francia cosechó los amargos frutos de la conducta que había seguido. La disciplinadora influencia del Espíritu de Dios se retiró de un pueblo que había menospreciado el don de su gracia. El mal llegó a madurar y el mundo entero vió el resultado del terco rechazo de la luz. La guerra contra la Biblia, proseguida durante tantos siglos en Francia, culminó en las espantosas escenas de la Revolución de 1793.

En los Países Bajos

Las enseñanzas de Lutero hallaron campo propicio en los Países Bajos, y celosos y fieles varones se levantaron a predicar el evangelio. De una de las provincias de Holanda salió Menno Simons, que había sido ordenado sacerdote. El estudio de las Escrituras y los escritos de Lutero le movió a aceptar el protestantismo, y durante veinticinco años viajó con su esposa e hijos, soportando duras penalidades y privaciones con frecuente peligro de la vida.

En ninguna parte fueron más generalmente recibidas las doctrinas de la reforma que en Holanda; y sin embargo, en pocos países hubieron de sufrir sus adherentes tan tremendas persecuciones. Leer la Biblia, oir o predicar de ella y aun hablar de ella equivalía a incurrir en pena de muerte en la hoguera. La misma pena sufría quien oraba a Dios en secreto, se negaba a inclinarse ante una imagen o cantaba un salmo. Millares perecieron durante los reinados de Carlos V y Felipe II.

La fe de los mártires estuvo al nivel de la ira de los perseguidores. No solamente los hombres sino delicadas mujeres y tiernas doncellas desplegaron indomable valor. Como en los días en que el paganismo trató de aniquilar el evangelio, la sangre de los cristianos servía de semilla. Por fin, el noble Guillermo de Orange dió al pueblo holandés la libertad de adorar a Dios.

En Escandinavia

Mientras que en las montañas del Piamonte, en las llanuras de Francia y en las costas de Holanda el progreso del evangelio estaba señalado con la sangre de sus discípulos, en los países del Norte se introdujo pacíficamente. Los estudiantes de Wittemberg, al regresar a sus casas, llevaron la fe reformada a Escandinavia. La publicación de los escritos de Lutero también difundió la luz. Los sencillos y robustos habitantes del Norte desecharon la corrupción, pompas y supersticiones de Roma para aceptar la pureza y sencillez de las vivificadoras verdades de la Biblia.

Tausen, el reformador de Dinamarca, era hijo de un labriego. Fué a educarse en Colonia, uno de los baluartes del romanismo, y pronto le disgustó el misticismo de los escolásticos. Por el mismo tiempo llegaron a sus manos los escritos de Lutero, y leyólos con tal deleite que decidió recibir la personal instrucción del reformador alemán. No tardó en matricularse como estudiante en Wittemberg, y al regresar a Dinamarca predicó a Cristo como la única esperanza de salvación para el pecador. Los esfuerzos que hicieron los papistas para desbaratar la obra sólo lograron dilatarla, y al poco tiempo Dinamarca se declaró protestante.

También en Suecia los jóvenes que habían estudiado en la universidad de Wittemberg proclamaron la verdad a sus compatriotas. Dos de los caudillos de la Reforma en Suecia, Olaf y Lorenzo Petri, estudiaron bajo la enseñanza de Lutero y Melancton, y a su vez comunicaron diligentemente las verdades aprendidas. En presencia del monarca y de los principales personajes de Suecia, Olaf Petri defendió hábilmente las doctrinas de la Reforma contra los campeones romanistas. A consecuencia de esta controversia, el rey de Suecia aceptó la fe protestante; y poco después se declaró en su favor la Asamblea nacional. Suecia llegó a ser uno de los baluartes del protestantismo.

En Inglaterra

Mientras Lutero abría la Biblia ante los ojos del pueblo alemán, el Espíritu de Dios movía a Tyndale a hacer lo mismo por Inglaterra.

Era Tyndale asiduo estudiante y ardoroso indagador de la verdad, y había leído el evangelio en el Testamento griego de Erasmo. Denodadamente proclamó su convicción, diciendo que toda doctrina había de estar confirmada por las Escrituras. Al argumento papista de que la iglesia había dado la Biblia y que sólo la iglesia podía interpretarla, respondió Tyndale: "¿Sabéis quién enseñó a las águilas a encontrar su presa? pues el mismo Dios enseña a sus hambrientos hijos a encontrar a su Padre en su palabra. Lejos de habernos dado la iglesia las Escrituras, las escondió de nuestra vista y quema a los que las enseñan, y si pudiera, quemaría aún las mismas Escrituras."

Un nuevo propósito se apoderó del ánimo de Tyndale, y acerca de ello decía: "Los salmos se cantaban en el templo de Jehová en la lengua de Israel; y ¿no hablará el evangelio en inglés entre nosotros? ... ¿Ha de tener la iglesia menos luz al mediodía que al amanecer?"

Este propósito que había empezado Tyndale a nutrir, de dar al pueblo el Nuevo Testamento en su propia lengua, pudo ahora realizarse, e inmediatamente puso manos a la obra. Finalmente se publicaron tres mil ejemplares del Nuevo Testamento, y otra edición vió la luz el mismo año.

Fué entregado Tyndale en manos de sus enemigos y estuvo preso muchos meses hasta atestiguar su fe con el martirio; pero las armas que había preparado habilitaron a otros soldados para batallar durante siglos y aun en nuestros propios días.

Latimer mantuvo desde el púlpito que la Biblia debía leerse en el lenguaje del pueblo. Barnes y Frith, los fieles amigos de Tyndale, se alzaron en defensa de la verdad. Siguiéronles Ridley y Cranmer. Estos caudillos de la Reforma inglesa eran hombres eruditos y la mayoría de ellos habían gozado de gran estimación por su celo y piedad en la comunión romana. Su conocimiento de los misterios de Babilonia les daba autotoridad para testificar contra ella.

El principio capital que estos reformadores mantuvieron era el mismo que habían sostenido los valdenses, Wyclef, Lutero, Zuinglio y los que se unieron a ellos, a saber: la infalible autoridad de las Sagradas Escrituras como regla de fe y conducta. Negaban a los papas, concilios, patriarcas y reyes el derecho de dirigir la conciencia en materia de religión. La Biblia era su autoridad, y por sus enseñanzas ponían a prueba toda doctrina y toda afirmación.

La fe en Dios y su palabra sostuvo a estos santos varones al dar su vida en la hoguera. Cuando las llamas iban a apagar su voz, le decía Latimer a Ridley, su compañero de martirio: "Ten buen ánimo, que hoy, por la gracia de Dios, confío en que encenderemos en Inglaterra una luz que nunca será apagada."