Testimonios Selectos Tomo 3

Capítulo 50

Experiencias y trabajos

Los motivos que me impulsan a mandar otro testimonio a mis amados hermanos y hermanas en esta ocasión consisten en que el Señor se ha manifestado misericordiosamente a mí, y me ha vuelto a revelar asuntos de mucha importancia para aquellos que profesan observar los mandamientos de Dios y esperar la venida del Hijo del hombre. Transcurrieron más de tres años entre la visión que me fué dada el 3 de enero de 1875 y la reciente manifestación del amor y poder de Dios. Pero antes de entrar en las visiones que me fueron mostradas recientemente, quiero hacer una breve reseña de algunas incidencias de mi vida durante un año o dos.

El 11 de mayo de 1877, salimos de Oakland, estado de California, para Battle Creek, estado de Míchigan. Se había enviado un telegrama a mi esposo, solicitando su presencia en Battle Creek, a fin de dedicar atención a importantes asuntos relacionados con la causa, pero más especialmente para vigilar la construcción del gran edificio del sanatorio. En respuesta a esta invitación, él fué y se dedicó con fervor a la predicación, a escribir, y a celebrar reuniones de la junta directiva en la oficina de la Review, el Colegio y el Sanatorio, trabajando casi siempre hasta tarde de noche. Esto le cansó terriblemente. Sentía la importancia de estas instituciones, pero especialmente del edificio del Sanatorio, en el cual se estaban invirtiendo más de 50.000 dólares. Su constante ansiedad mental estaba preparando el quebrantamiento repentino de su salud. Ambos sentíamos nuestro peligro, y decidimos ir al estado de Colorado para descansar y vivir en el retraimiento. Mientras hacíamos planes para el viaje, una voz pareció decirme: "Cíñete la armadura; tengo trabajo que debes hacer en Battle Creek." La voz me parecía tan clara, que involuntariamente me di vuelta para ver quién hablaba. No vi a nadie; y bajo el sentimiento de la presencia de Dios, mi corazón se quebrantó de ternura delante de él. Cuando mi esposo entró en la pieza, le hablé de lo que preocupaba mi mente. Lloramos y oramos juntos. Habíamos hecho nuestros arreglos para salir a los tres días, pero ahora cambiamos nuestros planes.

El 30 de mayo, los pacientes y la junta directiva del Sanatorio se habían propuesto pasar el día a unos tres kilómetros de Battle Creek, en un hermoso bosquecillo a orillas del lago Goguac, y se me rogó que estuviese presente y hablase a los pacientes. Si yo hubiese consultado mis sentimientos, no hubiese ido; pero pensé que tal vez esto sería una parte de la obra que debía hacer en Battle Creek. A la hora acostumbrada, se pusieron sobre las mesas alimentos higiénicos que se consumieron con gusto. A las tres, empezaron los ejercicios con oración y canto. Tuve gran libertad al hablar a la gente. Todos escuchaban con profundo interés.

La terminación del año escolar del Colegio de Battle Creek se acercaba. Había sentido mucha ansiedad por los alumnos, muchos de los cuales eran inconversos o se habían apartado de Dios. Había deseado hablarles, y hacer un esfuerzo por su salvación antes que se dispersasen a sus hogares, pero había estado demasiado débil para trabajar en su favor. Después de lo que he relatado, tuve toda la evidencia deseable de que Dios me sostendría en mi trabajo por la salvación de los alumnos.

Fueron convocadas reuniones en nuestra casa de culto, para beneficio de los alumnos. Pasé una semana trabajando por ellos, teniendo reuniones cada noche y el sábado, como también el primer día de la semana. Mi corazón se conmovió al ver la casa de culto casi llena con los estudiantes de nuestra escuela. Traté de grabar en su corazón que una vida de pureza y oración no les sería un impedimento para obtener un conocimiento cabal de las ciencias, sino que por el contrario, suprimiría muchas de las cosas tendientes a estorbar su progreso en el conocimiento. Relacionándose con el Salvador, son puestos en la escuela de Cristo; y si son alumnos aplicados en esta escuela, el vicio y la inmoralidad son expulsados de su medio. Arrojadas estas cosas, el resultado será un aumento del conocimiento. Todos los que aprenden en la escuela de Cristo, se destacan, tanto en la calidad como en la extensión de su educación. Les presenté a Cristo como el gran Maestro, la fuente de toda sabiduría, el mayor educador que el mundo haya conocido alguna vez.

El Señor fortaleció y bendijo nuestros esfuerzos. Gran número de personas se adelantaron para pedir que se orase por ellas. Algunas de ellas, por falta de vigilancia y oración habían perdido su fe y la evidencia de su relación con Dios. Muchos testificaron que al dar este paso recibían la bendición de Dios. Como resultado de las reuniones, unas cuantas personas se presentaron para el bautismo.

Reuniones de temperancia

Se nos solicitó insistentemente que tomásemos parte en una gran reunión de temperancia, esfuerzo muy digno de alabanza, que se estaba realizando entre los mejores ciudadanos de Battle Creek.

Fué en ocasión de la visita del gran circo Barnum a esa ciudad, el 28 de junio, cuando las señoras de la Unión Cristiana de Mujeres Temperantes asestaron un importante golpe en favor de la temperancia y de la reforma al organizar un inmenso restaurant temperante para acomodar a las muchedumbres provenientes del campo que se congregaban para visitar el circo, impidiéndoles así visitar las tabernas y cantinas, donde habrían estado expuestas a la tentación. La gigantesca tienda que usaba la Asociación de Míchigan para sus congresos, en la que cabían 5.000 personas, fué levantada para la ocasión. Bajo este inmenso tabernáculo de lona, se pusieron quince o veinte mesas para acomodar a los huéspedes.

Al ser invitado, el Sanatorio puso una gran mesa en el centro del gran pabellón, abundantemente provista de deliciosas frutas, cereales y legumbres. Esta mesa constituía la atracción principal, y era más favorecida que cualquier otra. Aunque tenía unos diez metros de largo, estaba tan atestada que fué necesario añadir otra de unos seis metros, la que también se vió muy concurrida.

Por invitación de la Comisión de Arreglos, formada por el alcalde Austin, W. H. Skinner, cajero del banco First National y C. C. Peavey, hablé en la enorme tienda el domingo 1 de julio por la noche, acerca de la temperancia cristiana. Dios me ayudó aquella noche, y aunque hablé 90 minutos, la muchedumbre de más de 5.000 personas escuchó en un silencio absoluto.

Visita al estado de Indiana

Del 9 al 14 de agosto, asistí al Congreso de Indiana, acompañada por mi hija. María K. White. Para mi esposo fué imposible abandonar Battle Creek. En esta reunión, el Señor me fortaleció para trabajar con intensidad. Me dió claridad y poder para apelar a la gente. Como cincuenta personas se adelantaron para pedir que se orase por ellas. Se manifestó el más profundo interés. Quince personas fueron sepultadas con Cristo en el bautismo como resultado de la reunión.

Nos habíamos propuesto asistir a los congresos de Ohío y del este; pero como nuestros amigos pensaban que en mi estado de salud sería atrevido hacerlo, decidimos permanecer en Battle Creek. Sentía intensos dolores en la garganta y los pulmones, y mi corazón estaba también afectado. Como sufría mucho la mayor parte del tiempo, me puse bajo tratamiento en el Sanatorio.

Efectos del recargo de trabajo

Mi esposo trabajaba incesantemente para fomentar los intereses de la causa de Dios en los diversos departamentos de la obra. concentrados en Battle Creek. Sus amigos se asombraban por la cantidad de trabajos que hacía. El sábado de mañana, 18 de agosto, habló en nuestra casa de culto. Por la tarde, estuvo concentrando intensamente su mente durante cuatro horas consecutivas, mientras escuchaba la lectura del manuscrito para el tomo 3 del "Espíritu de Profecía." El asunto era intensamente interesante, y calculado para conmover el alma hasta sus más recónditas profundidades, pues era un relato del juicio, la crucifixión, resurrección y ascensión de Cristo. Antes de que nos percatáramos de ello, él estaba muy cansado. Empezó a trabajar el domingo a las cinco de la mañana, y continuó trabajando hasta las doce de la noche.

A la mañana siguiente, a eso de las seis y media, fué atacado de vértigos y amenazado de parálisis. Temíamos mucho esta terrible enfermedad, pero el Señor fué misericordioso, y nos libró de la aflicción. Sin embargo, este ataque fué seguido de gran postración física y mental, y entonces nos parecía a la verdad imposible asistir a los congresos del este, o que yo fuese a ellos, dejando a mi esposo deprimido en su ánimo y con poca salud.

Nuestros amigos nos rogaron que descansásemos, y parecía inconsecuente e irrazonable de nuestra parte intentar semejante viaje, e incurrir en el cansancio y la exposición a las inclemencias del tiempo que puede entrañar el vivir en un campamento. Nosotros mismos tratábamos de pensar que la obra de Dios progresaría igual aunque nos mantuviésemos a un lado y no tomásemos parte en ella. Dios suscitaría a otros para hacer su obra.

Sin embargo, no podía encontrar descanso y libertad al pensar que permanecíamos ausentes del campo de labor. Me parecía que Satanás estaba tratando de cercar mi camino para impedirme que diese mi testimonio, e hiciese la obra que Dios me había dado. Casi había decidido ir sola y hacer mi parte, confiando en que Dios me daría la fuerza necesaria, cuando recibimos una carta del Hno. Haskell, en la cual expresaba su gratitud a Dios porque los esposos White asistirían al congreso de la Nueva Inglaterra.

Decía en su carta que se habían hecho todos los preparativos para tener una gran reunión en Groveland, y él había decidido tener la reunión, con la ayuda de Dios, aun cuando debiera llevar la carga solo.

Volvimos a presentar el asunto al Señor en oración. Sabíamos que el poderoso Médico podía devolvernos la salud tanto a mí como a mi esposo, si era para su gloria. Parecía difícil salir, cansados, enfermos y desalentados; pero a veces me parecía que Dios haría que el viaje fuese una bendición para ambos si íbamos confiando en él.

Mientras esperábamos el coche que habría de llevarnos a la estación, volvimos a orar al Señor, y suplicarle que nos sostuviese durante nuestro viaje. Ambos decidimos andar por fe y aventurarlo todo confiados en las promesas de Dios. Este paso de nuestra parte requería una fe considerable, pero al tomar asiento en el tren sentimos que estábamos en la senda del deber. Descansamos durante el viaje y dormimos bien a la noche.

Congresos

Más o menos a las ocho, el viernes de noche, llegamos a Boston. A la mañana siguiente, tomamos el primer tren para Groveland. Cuando llegamos al campamento, estaba lloviendo a torrentes. El pastor Haskell había trabajado constantemente hasta entonces, y se nos daban informes de excelentes reuniones. Había cuarenta y siete tiendas en el terreno, además de tres pabellones grandes, uno de los cuales, el destinado a la congregación, tenía 24 x 42 mts. Las reuniones del sábado fueron de sumo interés. La iglesia fué despertada y fortalecida, pues los pecadores y apóstatas llegaron a percatarse de su peligro.

El domingo de mañana el tiempo seguía nublado, pero antes que fuese hora de reunirse la gente, brilló el sol. Barcos y trenes volcaban sobre el terreno su cargamento humano de a millares de personas. El pastor Smith habló por la mañana acerca de la cuestión de Oriente. El tema era de interés especial y la gente escuchó con ferviente atención. Por la tarde, me fué difícil atravesar la muchedumbre de pie, para llegar hasta el púlpito. Al llegar allí, me encontré frente a un mar de cabezas. La enorme tienda estaba llena, y millares estaban de pie afuera, formando una muralla viviente de varios pies de espesor. Me dolían mucho los pulmones y la garganta; sin embargo creía que Dios me ayudaría en esta ocasión importante. Mientras hablaba, olvidé mi cansancio y dolor, dándome cuenta de que estaba hablando a personas que no consideraban mis palabras como cuentos ociosos. El discurso ocupó más de una hora, pero durante todo el tiempo se me concedió la mejor atención.

El lunes de mañana tuvimos unos momentos de oración en nuestra tienda en favor de mi esposo. Presentamos su caso al gran Médico. Fueron momentos preciosos; la paz del cielo descansó sobre nosotros, y las siguientes palabras me fueron recordadas con fuerza: "Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe." Todos sentimos que la bendición de Dios reposaba sobre nosotros. Nos congregamos entonces en la tienda grande. Mi esposo estaba con nosotros, y habló durante corto tiempo, pronunciando preciosas palabras que provenían de un corazón enternecido y lleno de un profundo sentimiento de la misericordia y bondad de Dios. Trató de hacer sentir a los creyentes en la verdad que es su privilegio recibir la seguridad de la gracia de Dios en sus corazones, y que las grandes verdades que creemos deben santificar la vida, ennoblecer el carácter y tener una influencia salvadora sobre el mundo. Los ojos llenos de lágrimas de la gente demostraban que los corazones eran conmovidos y enternecidos por estas observaciones.

Luego reasumimos la obra donde la habíamos dejado el sábado, y la mañana se dedicó a trabajos especiales en favor de los pecadores y apóstatas, de los cuales doscientos se adelantaron para pedir que se orase especialmente por ellos. Sus edades respectivas oscilaban desde el niño de diez años hasta hombres y mujeres encanecidos. Más de veinte de estas personas asentaban por primera vez sus pies en el camino de la vida. Por la tarde treinta y ocho personas fueron bautizadas; y unas cuantas postergaron su bautismo hasta volver a sus hogares.

El lunes de noche, en compañía del pastor Canright y varios otros, tomé el tren para Danvers. Mi esposo no podía acompañarme. Cuando quedé libre de la presión inmediata del congreso, me di cuenta de que estaba enferma y tenía poca fuerza; pero los coches nos llevaban rápidamente a la cita que tenía en Danvers. Allí debía presentarme delante de personas completamente extrañas para mí, en cuyas mentes habían sido sembrados prejuicios por falsos informes y perversas calumnias. Pensé que si podía tener fuerza en los pulmones, claridad de voz, y exención del dolor cardíaco, me sentiría muy agradecida a Dios. Estos pensamientos y sentimientos me los guardaba para mí, y en gran angustia invocaba silenciosamente a Dios. Estaba demasiado cansada para ordenar mis pensamientos en palabras coordinadas, pero sentía que debía recibir ayuda y la pedía de todo corazón. Debía obtener fuerza física y mental, si había de hablar esa noche. En mi oración silenciosa decía repetidas veces: "Sobre ti echo mi alma impotente, oh Dios, mi libertador, no me abandones en esta hora de necesidad."

A medida que se acercaba la hora de la reunión, mi espíritu luchaba en una agonía de oración, suplicando fuerza y poder de Dios. Mientras se estaba cantando el último himno, me dirigí a la plataforma. Me puse de pie con gran debilidad, sabiendo que si algún éxito había de acompañar mis labores, esto sería por la fuerza del Todopoderoso. El Espíritu del Señor descansó sobre mí al intentar hablar. Lo sentí sobre mi corazón como un choque de electricidad y todo dolor me fué quitado instantáneamente. Había sufrido gran dolor nervioso que se concentraba en el cerebro, y esto también me fué quitado completamente. Mi garganta irritada y mis pulmones adoloridos fueron aliviados. Mi brazo y mano derecha, habían quedado casi inútiles como consecuencia del dolor cardíaco; pero ahora me fué devuelta la sensación natural. Mi mente era clara y mi alma estaba llena de la luz del amor de Dios. Los ángeles de Dios parecían estar a cada lado como una muralla de fuego.

La tienda estaba repleta, y como doscientas personas estaban afuera sin poder hallar cabida en el interior. Hablé basada en las palabras que dirigiera Cristo en contestación a la pregunta hecha por el sabio escriba acerca de cuál era el mandamiento grande de la ley: "Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de toda tu mente." Mateo 22:37. La bendición de Dios descansó sobre mí, y mi dolor y debilidad me abandonaron. Delante de mí había personas a quienes tal vez no volvería a ver hasta el día del juicio, y el deseo de que se salvasen me inducía a hablar con fervor y con el temor de Dios, para quedar libre de su sangre. Gran libertad acompañó mi esfuerzo, que ocupó una hora y diez minutos. Jesús fué mi ayudador, y su nombre tendrá toda la gloria. El auditorio fué muy atento.

Volvimos a Groveland el martes, y encontramos que el campamento se estaba disgregando. Estaban desarmando las tiendas, nuestros hermanos se decían adiós unos a otros, y estaban listos para subir al tren y volver a sus hogares. Este fué uno de los mejores congresos a los cuales asistí.

Decidimos viajar en carruaje parte del camino hasta el congreso de Vermont, pensando que ello sería benéfico para mi esposo. A las doce, nos detuvimos a orillas del camino, encendimos un fuego, preparamos nuestro almuerzo y luego tuvimos unos momentos de oración. Estas preciosas horas pasadas en compañía de los Hnos. Haskell, de las Hnas. Ings y Huntley, no serán nunca olvidadas. Nuestras oraciones subieron a Dios todo el camino desde South Lancaster hasta Vermont. Después de viajar tres días tomamos el tren, y así completamos nuestro viaje.

Esta reunión fué de beneficio especial para la causa en Vermont. El Señor me dió fuerza para hablar a la gente hasta dos veces por día.

Fuimos directamente de Vermont hasta el congreso de Nueva York. El Señor me dió gran libertad para hablar a la gente. Pero algunos no estaban preparados para ser beneficiados por la reunión. No comprendían su condición, y no buscaban fervientemente al Señor, no confesaban sus apostasías, ni se apartaban de sus pecados. Uno de los grandes objetos que tenemos al realizar congresos es para que nuestros hermanos sientan su peligro de estar recargados con los cuidados de esta vida. Ellos experimentan una gran pérdida cuando no aprovechan estos privilegios.

Volvimos a Míchigan, y después de algunos días fuimos a Lansing para asistir al congreso reunido allí y que continuó dos semanas. Allí trabajé con mucho fervor y fuí sostenida por el Espíritu del Señor. Fuí grandemente bendecida al hablar a los alumnos, y al trabajar por su salvación. Esta fué una reunión notable. El Espíritu de Dios estuvo presente desde el principio hasta el fin. Como resultado de la reunión, ciento treinta personas fueron bautizadas. Gran parte de éstas eran estudiantes de nuestro Colegio. Nos regocijamos al ver la salvación de Dios en esta reunión. Después de pasar algunas semanas en Battle Creek, decidimos cruzar las llanuras hasta California.

El invierno nos fué más bien penoso; y como la salud de mi esposo había mejorado, y el tiempo se había vuelto más benigno en Míchigan, él volvió para ser tratado en el Sanatorio. Allí recibió gran ayuda, y reanudó su trabajo de escribir para nuestros periódicos con su claridad y fuerza habituales.

Salí de Healdsburg para Oakland el 7 de junio, y asistí a la reunión de las iglesias de Oakland y de San Francisco bajo la gran tienda de San Francisco, donde el Hno. Healey había estado trabajando. Yo sentía la preocupación de dar testimonio, y la gran necesidad de esfuerzos perseverantes de parte de aquellas iglesias para atraer a otros al conocimiento de la verdad. Me había sido mostrado que San Francisco y Oakland eran campos misioneros, y siempre lo serían. El aumento de sus miembros sería lento, pero si todos los miembros de estas iglesias eran miembros vivos y hacían lo que podían para presentar la verdad a otros, muchos más serían atraídos a las filas y obedecerían la verdad. Los que entonces eran creyentes en la verdad no se interesaban como debían en la salvación de los demás. La inactividad e indolencia en la causa de Dios resultaría en que se apartarían de Dios ellos mismos, y por su ejemplo impedirían a otros que fuesen adelante. Los esfuerzos abnegados, perseverantes y activos producirían óptimos resultados. Traté de grabar en sus mentes lo que el Señor me había presentado, a saber, que él quería que la verdad fuese presentada a otros por personas que trabajasen con fervor y activamente, y no sólo por quienes tan sólo profesaban creerla. No debían presentar la verdad simplemente en palabras, sino mediante una vida circunspecta, siendo representantes vivos de la verdad.

Me fué mostrado que los que componen estas iglesias deben estudiar la Biblia y la voluntad de Dios con mucho fervor a fin de aprender a trabajar en la causa de Dios. Deben sembrar la semilla de verdad dondequiera que estén, en casa, en el taller, en el mercado, como también en el lugar de reunión. A fin de familiarizarse con la Biblia, deben leerla con cuidado y oración. A fin de echarse a sí mismos y sus cargas sobre Cristo, deben empezar en seguida a estudiar para comprender el valor de la cruz de Cristo y aprender a llevarla. Si quieren vivir vidas santas, deben tener ahora el temor de Dios.

Son las pruebas las que nos inducen a ver lo que somos. Son los momentos de tentación los que nos dan una vislumbre de nuestro verdadero carácter, y nos muestran la necesidad de cultivar los buenos rasgos. Confiando en la bendición de Dios, el cristiano está seguro dondequiera. En la ciudad no será corrompido. En la contaduría, se hará notar por sus hábitos de integridad estricta. En el taller, cada porción de su trabajo será hecha con fidelidad, con el sincero deseo de glorificar a Dios. Cuando esta conducta sea seguida por los miembros individuales, la iglesia tendrá éxito. La prosperidad no acompañará nunca a las iglesias hasta que sus miembros individuales estén íntimamente relacionados con Dios, y manifiesten interés abnegado por la salvación de sus semejantes. Los ministros pueden predicar discursos agradables y convincentes, y dedicar mucho trabajo a edificar y hacer prosperar las iglesias, pero a menos que sus miembros individuales desempeñen su parte como siervos de Jesucristo, la iglesia estará siempre en tinieblas y sin fuerzas. Por duro y tenebroso que sea el mundo, la influencia de un ejemplo verdaderamente consecuente será una potencia para el bien.

Una persona puede con tanta razón esperar una mies donde no ha sembrado, o conocimiento sin haberlo buscado, como esperar ser salva en la indolencia. Un ocioso y perezoso no tendrá nunca éxito para derribar el orgullo y vencer el poder de la tentación que representan las complacencias pecaminosas que le separan de su Salvador. La luz de la verdad, santificando la vida, descubrirá a quien la reciba las pasiones pecaminosas de su corazón, que están contendiendo para dominarle, haciendo necesario que él esfuerce todo nervio y ejercite todas sus facultades para resistir a Satanás, a fin de vencer por los méritos de Cristo. Cuando está rodeado de influencias calculadas para apartarle de Dios, sus peticiones deben ser incansables para suplicar ayuda y fuerza de Jesús a fin de vencer los designios de Satanás.

Visita a Oregon

En compañía de una amiga y del pastor J. N. Loughborough, salí de San Francisco en la tarde del 10 de junio, en el vapor "Oregón." El capitán Conner, que mandaba este magnífico vapor, era muy atento con sus pasajeros. Al pasar por la Puerta de Oro [la entrada al puerto de San Francisco] y llegar al anchuroso océano, el mar estaba muy agitado. El viento nos era contrario y el vapor era sacudido en forma terrible, puesto que el océano era azotado furiosamente por el viento. Yo miraba el cielo nublado y las olas que se lanzaban contra nosotros saltando y pareciendo tan altas como montañas, y la espuma que reflejaba los colores del arco iris. La escena era pavorosamente grandiosa y me sentía llena de reverencia al contemplar los misterios del mar profundo. Es terrible en su ira. Había una terrible belleza en el alzamiento de sus orgullosas ondas que subían rugiendo y luego caían en lúgubres sollozos. Podía ver la manifestación del poder de Dios en el movimiento de las inquietas aguas que gemían bajo la acción de los despiadados vientos, que levantaban las olas como si fuese en convulsiones de agonía.

Durante aquel viaje de cuatro días, uno y otro de los pasajeros se aventuraban ocasionalmente a salir de sus camarotes, pálidos, débiles y tambaleantes, y se llegaban hasta el puente. La agonía estaba escrita en todo rostro. La vida misma no parecía deseable. Todos ansiábamos el descanso que no podíamos hallar, y anhelábamos ver algo que permaneciese quieto. La importancia personal no se tenía mucho en cuenta entonces. Podemos aprender de ello una lección respecto de la pequeñez del hombre.

Nuestro viaje continuó muy agitado hasta que hubimos pasado el promontorio y penetrado en el río Columbia, que era tan plácido como un espejo. Se me ayudó a ir al puente. Era una hermosa mañana, y los pasajeros llegaron al puente como un enjambre de abejas. Al principio formaban una compañía de triste aspecto; pero el aire vigorizante y el alegre sol, después del viento y la tormenta, no tardaron en despertar alegría y placer.

La última noche que pasamos a bordo me sentí muy agradecida a mi Padre celestial. Aprendí allí una lección que nunca olvidaré. Dios había hablado a mi corazón en la tormenta, y en las ondas, como también en la calma siguiente. Y, ¿no le adoraremos? ¿Opondrá el hombre su voluntad a la de Dios? ¿Seremos desobedientes a las órdenes de un gobernante tan poderoso? ¿Contenderemos con el Altísimo que es la fuente de todo poder y de cuyo corazón fluye amor infinito y bendición para las criaturas de su cuidado?

El martes de noche, 18 de junio, asistí a una reunión donde había un buen número de observadores del sábado de aquel estado. Mi corazón fué enternecido por el Espíritu de Dios. Di mi testimonio por Jesús y expresé mi gratitud por el dulce privilegio que podemos tener de confiar en su amor, y de aferrarnos a su poder para que éste se una con nuestros esfuerzos por salvar a los pecadores de la perdición. Si queremos ver prosperar la obra de Dios, debemos tener a Cristo morando en nosotros; en fin, debemos obrar las obras de Cristo. Dondequiera que miremos, se ve blanquear la mies, pero los obreros son pocos. Sentí mi corazón lleno de la paz de Dios, y atraído por amor a estas amadas almas con las cuales estaba adorando por primera vez.

El domingo 23 de junio, hablé en la iglesia metodista de Salem acerca de la temperancia. La asistencia era extraordinariamente buena, y tuve libertad para tratar éste mi tema favorito. Se me pidió que volviese a hablar en ese mismo lugar el domingo siguiente al congreso. Pero no pude hacerlo por la ronquera. El martes siguiente a la noche, volví, sin embargo, a hablar en esta iglesia. Recibí muchas invitaciones a hablar respecto de la temperancia en diversas ciudades y pueblos de Oregón, pero el estado de mi salud me impidió cumplir con estas peticiones. El hablar constantemente y el cambio de clima, me habían producido una ronquera pasajera, pero muy severa.

Empezamos el congreso con sentimientos del más profundo interés. El Señor me dió fuerza y gracia mientras estaba delante de la gente. Mientras miraba al inteligente auditorio, mi corazón se quebrantaba delante de Dios. Este era el primer congreso realizado por nuestro pueblo en este estado. Trataba de hablar, pero mis palabras se entrecortaban por el llanto. Había sentido mucha ansiedad respecto de mi esposo, a causa de su mala salud. Mientras hablaba, se presentó vívidamente ante mis ojos una reunión celebrada en la iglesia de Battle Creek. Mi esposo estaba en el medio, y sobre y alrededor de él descansaba la suave luz del Señor. Su rostro ostentaba los indicios de la salud y él se sentía aparentemente muy feliz.

Traté de presentar a los hermanos la gratitud que debemos sentir por la tierna compasión y el gran amor de Dios. Su bondad y gloria impresionaban mi mente de una manera notable. Quedé abrumada por un sentimiento de su misericordia sin parangón y de la obra que él estaba haciendo, no sólo en Oregón, en California y Míchigan, donde se hallaban nuestras instituciones importantes, sino también en los países extranjeros. Nunca puedo describir a otros el cuadro que impresionó vívidamente mi intelecto en esta ocasión. Por un momento la extensión de la obra surgió delante de mí, y perdí de vista cuanto me rodeaba. La ocasión y la gente a la cual me dirigía quedaron olvidadas. La luz, la preciosa luz del cielo, resplandecía con gran brillo sobre esas instituciones empeñadas en la solemne y elevada obra de reflejar los rayos de luz que el cielo ha dejado brillar sobre ellas.

Durante todo este congreso, el Señor me pareció estar muy cerca. Cuando terminó, estaba muy cansada, pero libre en el Señor. Fueron momentos de labor provechosa y fortalecieron la iglesia para proseguir en su lucha por la verdad. Precisamente antes de comenzar el congreso, durante la noche me fueron presentadas muchas cosas en visión; pero me fué ordenado guardar silencio y no mencionar el asunto a nadie en esa ocasión. Después de terminada la reunión, tuve, también de noche, otra notable manifestación del poder de Dios.

El domingo que siguió al congreso, hablé por la tarde en la plaza pública. El amor de Dios estaba en mi corazón, y me espacié en la sencillez de la religión evangélica. Mi propio corazón estaba enternecido, y rebosaba del amor de Jesús, y anhelaba presentarlo de manera que todos pudiesen quedar encantados por la hermosura de su carácter.

Durante mi estada en Oregón visité la cárcel de Salem, en compañía de los Hnos. Carter y de la Hna. Jordán. Cuando llegó la hora del servicio, fuimos conducidos a la capilla, que había sido alegrada por abundancia de luz y aire puro y fresco. A una señal de la campana, dos hombres abrieron las grandes puertas de hierro y acudieron los presos. Las puertas fueron cerradas y aseguradas detrás de ellos, y por primera vez en mi vida me vi encerrada entre las paredes de una cárcel.

Había esperado ver un número de hombres de aspecto repugnante, pero quedé sorprendida porque muchos de ellos parecían inteligentes y algunos, hombres capaces. Vestían el basto pero aseado uniforme de la cárcel, sus cabellos estaban bien peinados y su calzado había sido cepillado. Mientras miraba las diversas fisonomías que estaban delante de mí, pensaba: "A cada uno de estos hombres han sido confiados dones peculiares o talentos, para ser empleados para gloria de Dios y beneficio del mundo; pero ellos han despreciado estos dones del cielo, han abusado de ellos y les han dado mala aplicación." Al mirar jóvenes de dieciocho, veinte y treinta años de edad, pensaba en las desdichadas madres y en el pesar y remordimiento que era su amarga suerte. El corazón de muchas de estas madres había sido quebrantado por la conducta impía seguida por sus hijos; pero. ¿habían hecho ellas su deber para con estos hijos? ¿No habrían sido demasiado indulgentes dejándoles seguir su propia voluntad y camino y descuidando de enseñarles los estatutos de Dios y su derecho sobre ellos?

Cuando todo el grupo estuvo congregado, el Hno. Carter leyó un himno. Todos tenían himnarios y participaron cordialmente en el canto. Uno de ellos que era un músico experto, tocaba el armonio. Luego empecé la reunión con oración, y todos volvieron a participar en el canto. Hablé basándome en las palabras de Juan: "Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoce a él. Muy amados, ahora somos hijos de Dios, y aun no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él apareciere, seremos semejantes a él, porque le veremos como él es."

Ensalcé delante de ellos el infinito sacrificio hecho por el Padre al dar a su Hijo amado por los hombres caídos, a fin de que por la obediencia fuesen transformados y llegasen a ser reconocidos hijos de Dios. La iglesia y el mundo son llamados a contemplar y admirar un amor que así expresado supera la comprensión humana, y asombra hasta a los ángeles del cielo. Este amor es tan profundo, tan amplio y tan elevado, que el apóstol inspirado, no pudiendo hallar palabras con que describirlo, invita a la iglesia y al mundo a contemplarlo, a hacerlo un tema de meditación y admiración.

Nuestro viaje de regreso de Oregón fué también agitado; pero no estuve tan enferma como en el viaje de ida. Nuestro vapor, el "Idaho," no cabeceaba, pero había mucho balanceo lateral. Eramos tratados con mucha bondad en el vapor. Trabamos relaciones agradables y distribuimos nuestras publicaciones a diferentes personas, lo cual nos dió ocasión para entablar provechosas conversaciones. Cuando llegamos a Oakland, encontramos que la tienda había sido levantada allí, y que buen número de personas habían aceptado la verdad por los trabajos del Hno. Healey. Hablamos varias veces en la tienda. El sábado y el primer día, las iglesias de San Francisco y de Oakland se reunieron, y tuvimos reuniones interesantes y provechosas.

Tenía mucho deseo de asistir al congreso de California, pero tenía urgentes llamados a asistir a los congresos de la parte este de los Estados Unidos. Como me había sido presentado el estado de cosas en el este, sabía que tenía que dar un testimonio especialmente a nuestros hermanos de Nueva Inglaterra, y no me sentía libre para permanecer más tiempo en California.

Viaje hacia el este

Mientras pasábamos por el gran desierto americano, en medio del calor y del polvo alcalino, nos cansamos mucho del árido panorama, aunque estábamos provistos de todo lo conveniente, y nos deslizábamos rápida y suavemente por los rieles arrastrados por nuestro caballo de hierro. Yo recordaba a los antiguos hebreos, que viajaron a través de rocas y áridos desiertos durante cuarenta años. El calor, el polvo y lo escabroso del camino les arrancaban quejas y suspiros de cansancio a muchos de los que pisaban aquella penosa senda. Pensé que si estuviésemos obligados a viajar a pie a través de un desierto árido, sufriendo con frecuencia de sed, calor y cansancio, muchos de nosotros murmuraríamos mucho más que los israelitas.

En el viaje de Denver a Walling's Mills, el retiro montanés donde mi esposo estaba pasando los meses de verano, nos detuvimos en Boulder City, y contemplamos con gozo nuestro pabellón de lona donde el pastor Cornell estaba dirigiendo una serie de reuniones.

El lunes 8 de agosto, me reuní con mi esposo, y lo encontré con salud muy mejorada, alegre y activo, por lo cual me sentía agradecida a Dios. El pastor Canright, que había estado algún tiempo con mi esposo en las montañas, había sido llamado a regresar a casa al lado de su esposa atribulada; y el domingo, mi esposo y yo le acompañamos a la ciudad de Boulder para tomar el tren. Por la noche, hablé en la tienda y a la mañana siguiente volvimos a nuestro hogar provisorio de Walling's Mills. El sábado siguiente volví a hablar a los que estaban reunidos en la tienda. Después de mis observaciones, tuvimos una reunión de la asociación. Se dieron algunos excelentes testimonios. Varios estaban observando su primer sábado. Hablé a la gente la noche después del sábado y también el domingo de noche.

Toda nuestra familia se hallaba en las montañas, menos nuestro hijo Edson. Mi esposo y mis hijos pensaban que yo estaba muy cansada por haber trabajado casi constantemente desde el congreso de Oregón, y que debía descansar; pero mi ánimo estaba impresionado con la idea de que debía asistir a los congresos del este, especialmente el de Massachusetts. Yo oraba que si era la voluntad de Dios que asistiese a estas reuniones, mi esposo consintiese en dejarme ir.

Cuando volvimos de la ciudad de Boulder, encontré una carta del Hno. Haskell, en la cual nos rogaba a ambos que asistiésemos al congreso; pero que si mi esposo no podía ir, deseaba que por lo menos yo fuera, si era posible. Leí la carta a mi esposo, y aguardé para ver lo que diría. Después de unos momentos de silencio, él dijo: "Elena, tendrás que asistir al congreso de la Nueva Inglaterra." Al día siguiente habíamos arreglado nuestros baúles. A las dos de la mañana, favorecidos por la luna, salimos a tomar el tren, y a las seis y media subimos a él. El viaje fué todo lo que se quiera imaginar menos placentero, porque el calor era intenso y yo estaba muy cansada.

Reuniones en el este

Al llegar a Battle Creek supimos que se había arreglado que yo hablase el domingo de noche en la tienda gigantesca levantada sobre el terreno del Colegio. La tienda estaba llena hasta rebosar, y mi corazón se sentía movido a dirigir fervientes llamados a la gente.

Estuve en casa breves momentos, y luego, acompañada por la Hna. María Smith Abbey y el Hno. Farnsworth, volví a emprender viaje hacia el este. Cuando llegamos a Boston, estaba agotada. Los Hnos. Wood y Haskell nos recibieron en la estación, y nos acompañaron a Ballard Vale, el lugar de reunión. Nuestros viejos amigos nos dieron una bienvenida tan cordial, que ello por el momento pareció proporcionarme descanso. El tiempo era excesivamente caluroso, y el cambio del clima vigorizador de Colorado al calor opresivo de Massachusetts me hacía sentir más insoportable este último. Traté de hablar a la gente a pesar de mi gran cansancio, y fuí fortalecida para dar mi testimonio. Las palabras parecían penetrar directamente en el corazón. Hubo que hacer mucho trabajo en esta reunión. Nuevas iglesias habían sido levantadas desde nuestro último congreso. Almas preciosas habían aceptado la verdad, y era necesario llevarlas a un conocimiento más profundo y cabal de la piedad práctica. El Señor me dió libertad para dar mi testimonio.

En una ocasión durante esta reunión, hice algunas observaciones acerca de la necesidad de practicar la economía en los vestidos y en el gasto de los recursos. Hay peligro de llegar a ser descuidados y temerarios en el uso del dinero del Señor. Los jóvenes que se dedican a trabajar en tiendas, deben ser cuidadosos para no incurrir en gastos innecesarios. A medida que las tiendas penetran en nuevos campos, y la obra misionera se amplía, las necesidades de la causa son muchas y, sin caer en la avaricia, debe practicarse la más rígida economía. Es más fácil contraer una deuda que pagarla. Hay muchas cosas que serían convenientes y muy cómodas sin ser indispensables, y de las cuales podemos privarnos sin sufrir realmente. Es muy fácil multiplicar las cuentas de hotel y viajes, gastos que podrían evitarse o disminuirse grandemente. Hemos hecho el viaje de ida y vuelta de California y no hemos gastado un sólo dólar por comidas en los restaurants o en el coche comedor. Comemos lo que llevamos en nuestra canasta. Después de tres días de viaje, la comida se pone bastante seca, pero un poco de leche o de sopa caliente suple nuestra necesidad.

En otra ocasión hablé con referencia a la verdadera santificación, la cual no es nada menos que el morir diariamente al yo y conformarse diariamente a la voluntad de Dios. Mientras estaba en Oregón me fué mostrado que algunas de las nuevas iglesias de la Asociación de Nueva Inglaterra estaban en peligro por la influencia agostadora de lo que se llama santificación. Algunos serían engañados por esta doctrina, mientras que otros, conociendo su influencia seductora, comprenderían su peligro y se apartarían de ella. La santificación de Pablo era un conflicto constante con el yo. Dijo él: "Cada día muero." Su voluntad y sus deseos estaban cada día en conflicto con la voluntad de Dios. En vez de seguir sus inclinaciones, él hacía la voluntad de Dios, por desagradable y penosa cruz que fuese para su naturaleza.

Invitamos a los que deseaban ser bautizados y a los que guardaban el sábado por primera vez, que viniesen adelante. Veinticinco personas respondieron. Dieron excelente testimonio, y antes que terminase el congreso, veintidós recibieron el bautismo.

Salimos de Ballard Vale, el martes 3 de septiembre por la mañana, para asistir al congreso de Maine. Tuvimos un tranquilo descanso en la casa del joven Hno. Morton, cerca de Portland. El y su buena esposa hicieron muy agradable nuestra estada con ellos. Estuvimos en el campamento del congreso de Maine antes del sábado, muy felices de encontrar allí a los probados amigos de la causa. Hay algunos que están siempre en su puesto del deber, ora brille el sol o haya tormenta. Hay también una clase de cristianos que lo son mientras brilla el sol; cuando todo va bien y agrada a sus sentimientos, son fervientes y celosos; pero cuando hay nubes y hay cosas desagradables no tienen nada que decir ni hacer. La bendición de Dios descansó sobre los obreros activos, mientras que aquellos que no hacían nada no fueron beneficiados por la reunión como podrían haberlo sido. El Señor estuvo con sus ministros, quienes trabajaron fielmente en presentar temas tanto doctrinarios como prácticos. Deseábamos grandemente ver que esta reunión había beneficiado a muchos que no daban evidencia de haber sido bendecidos por Dios. Anhelo ver a estas amadas personas ponerse a la altura de sus exaltados privilegios.

El martes tomamos el tren para Battle Creek, y al día siguiente llegamos a casa, donde me fué grato descansar una vez más y tomar tratamientos en el Sanatorio. Comprendía que estaba de veras favorecida al tener las ventajas de esa institución. Sus empleados eran bondadosos y atentos, y listos en cualquier momento del día o de la noche para hacer cuanto estuviese a su alcance para aliviarme de mis dolencias.

En Battle Creek

Nuestro congreso nacional se celebró en Battle Creek, del 2-14 de octubre. Esta fué la mayor reunión que los adventistas hayan tenido alguna vez [hasta ese entonces]. Más de cuarenta predicadores estaban presentes. Nos fué muy grato saludar allí a los pastores Andrews y Bourdeau de Europa, y al pastor Loughborough de California. En esta reunión estaba representada la causa en Europa, California, Tejas, Alabama, Virginia, Dakota. Colorado, y todos los estados septentrionales desde el Maine hasta Nebraska.

Allí tuve la felicidad de ayudar a mi esposo en sus trabajos, y aunque muy cansada y sufriendo de trastornos cardíacos, el Señor me dió fuerza para hablar a la gente casi cada día, y algunas veces dos veces al día. Mi esposo trabajó muy fuertemente. El asistió a casi todas las reuniones de negocios, y predicó casi todos los días en su estilo acostumbrado, sencillo y directo. Yo no pensaba tener fuerza para hablar más que dos o tres veces durante la reunión, pero a medida que ésta progresaba mi fuerza aumentaba. En varias ocasiones estuve de pie cuatro horas, invitando a la gente a adelantarse para las oraciones. Nunca sentí la ayuda especial de Dios más intensamente que durante esta reunión. No obstante estas labores, mi fuerza aumentaba constantemente. Y para alabanza de Dios, dejo aquí constancia del hecho de que al finalizar la reunión estaba gozando de mejor salud de lo que había estado durante seis meses antes.

El miércoles de la segunda semana de la reunión, unos cuantos de nosotros nos reunimos para orar por una hermana afligida de desaliento. Mientras oraba, fuí muy bendecida. El Señor parecía estar muy cerca. Fuí arrebatada en una visión de la gloria de Dios, y me fueron mostradas muchas cosas. Luego fuí a la reunión, y con solemne sentido de la condición de nuestros hermanos hice breves declaraciones de las cosas que me habían sido mostradas. Desde entonces he escrito algunas de éstas en testimonios individuales, súplicas a los ministros y en diversos otros artículos.

Estas fueron reuniones de solemne poder y del más profundo interés. Varios de los que estaban relacionados con nuestra imprenta fueron convencidos y convertidos a la verdad, y dieron testimonios claros e inteligentes. Hubo incrédulos que fueron convencidos y decidieron colocarse bajo el estandarte del Príncipe Emmanuel. Esta reunión fué una victoria decidida. Ciento doce personas fueron bautizadas antes de que terminara.

La semana que siguió al congreso, mis labores en cuanto a hablar, orar y escribir testimonios fueron más pesadas que durante el congreso. Diariamente se celebraban dos o tres reuniones en favor de nuestros ministros. Eran reuniones de intenso interés y de gran importancia. Los que llevan este mensaje al mundo, deben tener experiencia diaria en las cosas de Dios; deben ser en todo sentido hombres convertidos, santificados por la verdad que presentan a otros, y deben representar a Jesucristo en su vida. Hasta que no hayan logrado esto no tendrán éxito en su obra. Se hicieron muchos esfuerzos fervientes para acercarnos a Dios por la confesión, la humillación y la oración. Muchos dijeron que vieron y sintieron la importancia de la obra de Dios como ministros suyos, como nunca la habían visto ni sentido antes. Algunos sintieron intensamente la magnitud de la obra y su responsabilidad delante de Dios; pero anhelaban ver una mayor manifestación del Espíritu de Dios. Yo sabía que cuando el camino estuviese aparejado el Espíritu de Dios descendería como en el día de Pentecostés. Pero eran tantos los que estaban alejados de Dios que no parecían saber ejercitar la fe.

Las súplicas dirigidas a los ministros, halladas en otra parte, expresan más plenamente lo que Dios me ha mostrado respecto de su triste condición y de sus altos privilegios.

Congresos de Kansas

Acompañada por mi hija Emma, salí de Battle Creek el 23 de octubre para el congreso de Kansas. En Topeka, estado de Kansas, dejamos el tren, y subiendo a carruajes particulares recorrimos veinte kilómetros hasta llegar a Richland, el lugar de reunión. Encontramos el grupo de tiendas en un huerto. Ya era avanzada la estación para celebrar congresos y se hicieron todos los preparativos posibles para preservarse contra el frío. Había diecisiete tiendas en el terreno, además del pabellón grande, que acomodaba a varias familias, y cada tienda tenía su estufa.

El sábado de mañana empezó a nevar, pero no se suspendió ni una sola reunión. Cayeron unos dos centímetros y medio de nieve y el aire era muy frío. Las mujeres que tenían niños pequeños se agrupaban en derredor de las estufas. Era conmovedor ver a ciento cincuenta personas congregadas para una reunión en tales circunstancias. Algunos habían venido desde trescientos kilómetros en sus coches. Todos parecían tener hambre del pan de vida y sed del agua de salvación.

El pastor Haskell habló el viernes de tarde y de noche. El sábado de mañana me sentí llamada a pronunciar palabras alentadoras a los que habían hecho un esfuerzo tan grande para asistir a la reunión. El domingo de tarde asistió un buen número de personas que no eran adventistas, si se considera que la reunión se realizaba en un lugar tan alejado de las vías de comunicación.

El lunes de mañana hablé a los hermanos basándome en el tercer capítulo de Malaquías. Luego invitamos a los que querían ser cristianos y no habían tenido evidencias de haber sido aceptados por Dios que se adelantaran. Respondieron como treinta personas. Algunas estaban buscando al Señor por primera vez, y algunas eran miembros de otras iglesias que se decidían por el sábado. Dimos a todos oportunidad de hablar, y el libre Espíritu del Señor estuvo en nuestra reunión. Después que se hubo elevado una oración por los que se habían adelantado, fueron examinados los candidatos al bautismo. Seis fueron bautizados.

El martes de mañana terminó el congreso, y con mi hija Emma, el pastor Haskell y el Hno. Stover, fuimos a Topeka, y tomamos el tren para Sherman, estado de Kansas, donde se había convocado otro congreso. Esta reunión fué interesante y provechosa. Parecía pequeña en comparación con nuestros congresos en otros estados, puesto que había tan sólo unos cien hermanos y hermanas presentes. Debía ser una reunión general de los hermanos dispersos. Había algunos que habían venido del sur del estado de Kansas, y de los estados de Arkansas, de Kentucky, como también de las regiones de Misurí, Nebraska y Tennessee. En esta reunión mi esposo se reunió conmigo, y de allí, con el pastor Haskell y nuestra hija fuimos a Dallas, estado de Tejas.

Visita a tejas

El jueves fuimos a la casa del Hno. McDearman, en Grand Prairie. Allí nuestra hija vió a sus padres, y a su hermano y hermana,* que habían sido llevados muy cerca de las puertas de la muerte por la fiebre que prevaleció en aquel estado durante la estación anterior. Nos fué grato atender a las necesidades de esta familia atribulada, que en años pasados nos había ayudado generosamente en nuestra aflicción.

Los dejamos algo mejorados en su salud para asistir al congreso de Plano. Esta reunión se realizó del 12-19 de noviembre. El tiempo era bueno al principio, pero no tardó en empezar a llover, y esto, con los fuertes vientos, impidió que asistieran muchos de la campiña circundante. Nos fué muy grato ver allí a nuestros viejos amigos, el pastor R. M. Kilgore y su esposa. También tuvimos mucho placer en encontrar un numeroso e inteligente grupo de hermanos en el campamento. Cualesquiera prejuicios que hayan existido allí contra los habitantes del norte, no fueron manifestados en modo alguno por estos amados hermanos y hermanas.

Nunca fué mi testimonio recibido más ávida y cordialmente que por estos hermanos. Me interesé profundamente en la obra del gran estado de Tejas. Siempre ha sido el objeto de Satanás ocupar antes que nosotros todo campo importante; y probablemente nunca se ha agitado tan activamente al ver introducir la verdad en algún estado, como se agitó en Tejas. Esto para mí es la meior evidencia de que debe realizarse una gran obra allí.