Testimonios Selectos Tomo 3

Capítulo 52

Los embajadores de Cristo

Los embajadores de Cristo tienen una obra solemne e importante, que algunos consideran enteramente con demasiada ligereza. Mientras Cristo es ministro del santuario celestial, es también, por medio de sus delegados, ministro de su iglesia en la tierra. Habla al pueblo por medio de hombres elegidos, y lleva a cabo su obra por su medio, como cuando, en los días de su humillación, andaba visiblemente en la tierra. Aunque han transcurrido siglos, el lapso de tiempo no ha cambiado la promesa que hizo al separarse de sus discípulos: "He aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo." Desde la ascensión de Cristo hasta el presente, hombres ordenados de Dios, que derivaron su autoridad de él, han tenido que enseñar la fe. Cristo, el verdadero Pastor, dirige su obra por intermedio de estos subpastores. Así la posición de los que trabajan en palabra y doctrina viene a ser muy importante. En lugar de Cristo, ruegan a la gente que se reconcilie con Dios.

La gente no debe considerar a sus ministros como sencillos oradores, sino como embajadores de Cristo, que reciben su sabiduría y poder de la gran Cabeza de la iglesia. El pasar por alto y despreciar la palabra hablada por el representante de Cristo, no es sólo manifestar falta de respeto al hombre, sino también al Maestro que le envió. El está en el lugar de Cristo; y la voz del Salvador debe ser oída en su representante.

Muchos de nuestros ministros han cometido un grave error al dar discursos completamente dedicados a los argumentos. Hay almas que escuchan la teoría de la verdad y quedan impresionadas por las evidencias presentadas, y luego si una parte del discurso presenta a Cristo como el Salvador del mundo, la semilla sembrada puede brotar y llevar fruto para gloria de Dios. Pero en muchos discursos, no se presenta la cruz de Cristo ante la gente. Tal vez algunos estén escuchando el último sermón que oirán, y algunos no volverán a estar situados de manera que se pueda volver a presentarles la cadena de verdad, y darle una aplicación práctica a sus corazones. Esta oportunidad áurea se perdió para siempre. Si Cristo y su amor redentor hubiesen sido ensalzados en relación con la teoría de la verdad, esto podría haberlos hecho inclinarse hacia su lado.

Son más de las que nosotros nos imaginamos las almas que anhelan comprender cómo pueden venir a Cristo. Muchos escuchan sermones populares desde el púlpito y no salen sabiendo mejor que antes de escucharlos cómo encontrar a Jesús y la paz y el descanso que desean sus almas. Los ministros que predican el último mensaje de misericordia, deben tener presente que Cristo ha de ser ensalzado como refugio del pecador. Muchos ministros piensan que no es necesario predicar el arrepentimiento y la fe con un corazón completamente subyugado por el amor de Dios; dan por sentado que sus oyentes están perfectamente familiarizados con el evangelio, y que deben presentarles asuntos de una naturaleza diferente para retener su atención. Si sus oyentes están interesados, lo consideran como evidencia de éxito. La gente es más ignorante respecto al plan de salvación y necesita más instrucción acerca de este asunto de suma importancia que acerca de cualquier otro.

De aquellos que se congregan para escuchar la verdad debe esperarse que deseen ser beneficiados, como lo expresaran Cornelio y sus amigos: "Ahora pues, todos nosotros estamos aquí en la presencia de Dios, para oír todo lo que Dios te ha mandado."

Los discursos teóricos son esenciales para que todos conozcan la forma de la doctrina y vean la cadena de la verdad, eslabón tras eslabón, unida en un conjunto perfecto. Pero jamás debe presentarse un discurso sin presentar a Cristo y Cristo crucificado como fundamento del evangelio, haciendo una aplicación práctica de las verdades presentadas y grabando en la mente el hecho de que la doctrina de Cristo no es sí y no, sino sí y amén en Cristo Jesús.

Después que la teoría de la verdad ha sido presentada, entonces viene la parte laboriosa del trabajo. La gente no debe ser dejada sin instrucción en las verdades prácticas que se relacionan con su vida diaria. Los oyentes deben ver y sentir que son pecadores, y necesitan convertirse a Dios. Lo que Cristo dijo, lo que hizo y lo que enseñó, debe serles presentado de la manera más impresionante.

La obra del ministro no hace sino empezar cuando la verdad es presentada al entendimiento de la gente. Cristo es nuestro Mediador y sumo Sacerdote en presencia del Padre. El fué revelado a Juan como el Cordero inmolado, como en el mismo acto de derramar su sangre en favor del pecador. Cuando la ley de Dios es presentada al pecador, mostrándole la profundidad de sus pecados, debe señalársele el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Debe enseñársele el arrepentimiento para con Dios y la fe para con nuestro Señor Jesucristo. Así estará la labor del representante de Cristo en armonía con la obra que nuestro Salvador está realizando en el santuario celestial.

Los ministros alcanzarían muchos más corazones si se espaciasen más en la piedad práctica. Con frecuencia, cuando se hacen esfuerzos para introducir la verdad en campos nuevos, la labor es casi completamente teórica. La gente queda perturbada. Ve la fuerza de la verdad, y anhela obtener un fundamento seguro. Cuando sus sentimientos quedan suavizados es el momento, ante todo, de presentar con instancia la religión de Cristo a la conciencia; pero con demasiada frecuencia se ha dejado que la serie de conferencias terminase sin que esta obra se hiciese por las personas que la necesitaban. Aquel esfuerzo resultó demasiado parecido a la ofrenda de Caín: no tenía la sangre expiatoria para hacerlo aceptable a Dios. Caín obraba bien al presentar una ofrenda, pero dejó a un lado todo lo que le daba valor, la sangre de la expiación.

Es un hecho triste que la razón por la cual muchos se espacian tanto en la teoría, y tan poco en la piedad práctica, es que Cristo no mora en su corazón. No tienen relación viva con Dios. Muchas almas se deciden en favor de la verdad por el peso de la evidencia, sin haberse convertido. No se dieron discursos prácticos en relación con los doctrinarios, para que los oyentes viesen la hermosa cadena de verdad a fin de enamorarse de su Autor y ser santificados por la obediencia. El ministro no ha hecho su obra hasta no haber convencido a sus oyentes de la necesidad de cambiar de carácter de acuerdo con los principios puros de la verdad que han recibido.

Una religión formal es de temer, porque en ella no hay Salvador. Cristo dió discursos claros, íntimos, escrutadores y prácticos. Sus embajadores deben seguir su ejemplo en cada discurso. Cristo y su Padre eran uno; a todos los requisitos del Padre, Cristo daba alegremente su aquiescencia. El tenía el sentir de Dios. El Redentor era el modelo perfecto. Jehová se manifestaba en él. El cielo estaba envuelto en la humanidad, y la humanidad estaba encerrada en el seno del Amor Infinito. Si los ministros quieren sentarse con mansedumbre a los pies de Jesús, pronto obtendrán una correcta visión del carácter de Dios, y podrán también enseñar a otros. Algunos entran en el ministerio sin amar profundamente a Dios y a sus semejantes. En la vida de los tales se manifestará egoísmo y complacencia propia. Mientras estos centinelas faltos de consagración y fidelidad se están sirviendo a sí mismos en vez de alimentar la grey y de atender a sus deberes pastorales, el pueblo perece por falta de la debida instrucción.

En cada discurso deben hacerse llamados fervientes a la gente para que abandone sus pecados y se vuelva a Cristo. Deben condenarse los pecados y complacencias populares de nuestra época y debe darse vigor a la piedad práctica. El ministro debe sentir él mismo fervor, debe sentir en el fondo del corazón las palabras que pronuncia, y debe verse incapacitado para reprimir su preocupación por las almas de los hombres y las mujeres para quienes Cristo murió. Del Maestro se dijo: "El celo de tu casa me comió." Y sus representantes deben sentir el mismo fervor.

Ha sido hecho para el hombre un sacrificio infinito, pero ha sido hecho en vano por cada alma que no acepte la salvación. ¡Cuán importante es que el que presenta la verdad lo haga bajo el pleno sentido de la responsabilidad que sobre él recae! ¡Cuán tierno, compasivo y cortés debe ser en toda su conducta al tratar con las almas de los hombres, cuando el Redentor del mundo demostró que las apreciaba tan altamente! Cristo pregunta: "¿Quién es el siervo fiel y prudente, al cual puso su señor sobre su familia?" Jesús pregunta: ¿Quién? y cada ministro del evangelio debe repetir la pregunta en su propio corazón. Al considerar las verdades solemnes, y contemplar su mente el cuadro trazado respecto del mayordomo fiel y prudente, su alma debe conmoverse hasta en lo más profundo.

A cada hombre ha sido dada su obra; nadie queda disculpado. Cada uno tiene una parte que hacer, según su capacidad; y al que presenta la verdad le incumbe desentrañar cuidadosamente y con oración la capacidad de todos los que aceptan la verdad, y luego instruirlos y conducirlos paso a paso, dejándoles sentir la carga de responsabilidad que recae sobre ellos en cuanto a hacer la obra que Dios tiene para ellos. Se les debe instar una y otra vez, acerca del hecho de que nadie podrá resistir a la tentación, responder al propósito de Dios, y vivir la vida de un cristiano, a menos que asuma su obra, sea grande o pequeña, y haga ese trabajo con fidelidad concienzuda. Para todos hay algo que hacer, además de ir a la iglesia y escuchar la Palabra de Dios. Deben practicar la verdad oída, llevando a cabo sus principios en su vida diaria. Deben trabajar constantemente para Cristo, no por motivos egoístas, sino con el deseo sincero de glorificar a Aquel que hizo todo sacrificio para salvar al hombre de la ruina.

Los ministros deben grabar en la mente de todos los que aceptan la verdad que deben tener a Cristo en sus hogares; que necesitan gracia y sabiduría de él para guiar y dominar a sus hijos. Es parte de la obra que Dios les ha dejado, educar y disciplinar a estos hijos, criarlos en sumisión. Sean la bondad y la cortesía del ministro manifiestas en su trato con los niños. Debe siempre tener presente que son hombres y mujeres en miniatura, miembros jóvenes de la familia del Señor. Pueden estar muy cerca del Maestro y ser muy caros para él, y si son debidamente instruídos y disciplinados, le prestarán servicio aun en su juventud. Cristo queda agraviado por cada palabra dura, severa y desconsiderada que se dirija a los niños. Sus derechos no son siempre respetados, y son tratados con frecuencia como si no tuviesen carácter individual que necesita desarrollarse debidamente a fin de no torcerse, para que el propósito de Dios no fracase en su vida.

Desde niño, Timoteo conocía las Escrituras, y este conocimiento le salvaguardó de las malas influencias que le rodeaban, y de la tentación a escoger el placer y la complacencia egoísta antes que el deber. Todos nuestros hijos necesitan una salvaguardia tal: y debe ser parte de la obra de los padres y de los embajadores de Cristo cuidar de que los niños estén debidamente instruídos en la Palabra de Dios.

Si el ministro quiere recibir la aprobación de su Señor, debe trabajar con fidelidad para presentar a cada hombre perfecto en Cristo. No debe, en su manera de trabajar, dar la impresión de que, para él, es de poca importancia si los hombres aceptan o no la verdad y practican la verdadera piedad; por el contrario, la fidelidad y la abnegación manifestadas en su vida deben ser tales que convenzan al pecador de que hay intereses eternos en juego, y de que su alma está en peligro a menos que responda a la ferviente labor realizada en su favor. Los que han sido llevados del error y las tinieblas a la verdad y luz, tienen que hacer grandes cambios, y a menos que la necesidad de la reforma cabal sea grabada en la conciencia, serán como el hombre que se miró al espejo, la ley de Dios, y descubrió los defectos de su carácter moral, pero luego se fué y olvidó la clase de hombre que era. La mente debe ser mantenida alerta al sentido de la responsabilidad, o recaerá en un estado de negligencia aun más desatenta que antes de ser despertada.

La obra de los embajadores de Cristo es mucho mayor y de más responsabilidad de lo que muchos sueñan. No deben quedar satisfechos con su éxito a menos que puedan, por sus fervientes labores y la bendición de Dios, presentarle cristianos útiles, que tengan un verdadero sentido de su responsabilidad, y que hagan su obra señalada. La debida labor e instrucción tendrán por resultado el poner en condición de trabajar a aquellos hombres y mujeres cuyo carácter es fuerte, y cuyas condiciones son tan firmes que no permiten que nada de un carácter egoísta les estorbe en su trabajo, disminuya su fe o los aparte de su deber. Si el ministro ha instruído debidamente a los que estaban bajo su cuidado, cuando él sale para otros campos de trabajo, la obra no se disgregará, sino que quedará tan firmemente unida como segura. A menos que estén cabalmente convertidos los que reciban la verdad y haya un cambio radical en su vida y carácter, el alma no estará firmemente ligada a la Roca eterna; y después que cese el trabajo del ministro, y haya pasado la novedad, la impresión se borrará, la verdad perderá su poder de encantar, y aquellas personas no ejercerán ninguna influencia más santa, ni estarán en mejor situación por profesar la verdad.

Me asombra que teniendo delante de nosotros los ejemplos de lo que el hombre puede ser, y lo que puede hacer, no seamos estimulados a esforzarnos para emular más las buenas obras de los justos. Todos no pueden ocupar una posición eminente; sin embargo, todos pueden ocupar puestos de utilidad y confianza y pueden, por su fidelidad perseverante, hacer mucho mayor bien de lo que se imaginan. Los que abrazan la verdad deben buscar una clara comprensión de las Escrituras y un conocimiento experimental de un Salvador vivo. El intelecto debe ser cultivado, la memoria puesta a contribución. Toda pereza intelectual es pecado, y el letargo espiritual es muerte.

¡Oh si pudiese disponer de un lenguaje suficientemente vigoroso para hacer la impresión que quisiera hacer en mis colaboradores en el evangelio! Hermanos míos, estáis manejando las palabras de vida; estáis tratando con mentes que son capaces del más alto desarrollo, si son dirigidas en el debido cauce. En los discursos dados hay demasiada exhibición del yo. Cristo crucificado, Cristo ascendido a los cielos, Cristo que va a volver, debe de tal manera suavizar, alegrar y llenar la mente del ministro del evangelio que él presente estas verdades a la gente con amor y profundo fervor. El ministro se perderá entonces de vista y Jesús quedará magnificado. La gente quedará de tal manera impresionada con estos temas absorbentes, que hablará de ellos y los alabará en vez de alabar al ministro, el mero instrumento. Si la gente, mientras alaba al predicador, tiene poco interés en la Palabra, él puede saber que la verdad no está santificando su propia alma. No habla a sus oyentes de manera que Cristo quede honrado y su amor magnificado.

Dijo Cristo: "Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos." Dejad resplandecer vuestra luz de manera que la gloria redunde para Dios en vez de para vosotros mismos. Si las alabanzas os son dirigidas, bien podéis temblar y avergonzaros, porque el gran objeto ha quedado derrotado; no es Dios, sino el siervo, el que es ensalzado. Así brille vuestra luz; tened cuidado, ministros de Cristo, de qué manera brilla vuestra luz. Si refulge hacia el cielo, revelando la excelencia de Cristo, brilla correctamente. Si es vuelta hacia vosotros mismos, si os exhibís a vosotros mismos, e inducís a la gente a admiraros, sería mejor que os callaseis, porque vuestra luz brilla erróneamente.

Ministros de Cristo, podéis estar relacionados con Dios si veláis y oráis. Sean vuestras palabras sazonadas con sal; rijan vuestra conducta la cortesía cristiana y la verdadera elevación. Si la paz de Dios reina en el corazón, su poder no sólo fortalecerá, sino que suavizará vuestro corazón y seréis representantes vivos de Cristo. El pueblo que profesa la verdad está apartándose de Dios. Jesús va a venir pronto, y dicho pueblo no está listo. El ministro debe alcanzar él mismo una norma más alta, una fe señalada con mayor firmeza, una experiencia viva, no árida y vulgar, como la de los que nominalmente profesan la religión. La Palabra de Dios os presenta un blanco muy alto. ¿Queréis, por ayuno y oración, alcanzar la plenitud y consistencia del carácter cristiano? Debéis hacer sendas rectas para vuestros pies, no sea que los cojos sean apartados del camino. Una íntima relación con Dios os traerá, en vuestras labores, ese poder vital que despierta la confianza, y convence de pecado al pecador, induciéndole a clamar: "¿Qué es menester que yo haga para ser salvo?"

La comisión dada por Cristo a los discípulos, precisamente antes de su ascensión al cielo era: "Por tanto, id. y doctrinad a todos los gentiles, bautizándoles en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo: enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado: y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo." "Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos." La comisión alcanza a aquellos que creerán en su Palabra por medio de sus discípulos. Y todos los que son llamados por Dios a ocupar el puesto de embajadores suyos, deben tomar las lecciones de piedad práctica que dió Cristo en su Palabra, y enseñarlas a la gente.

Cristo abrió las Escrituras a sus discípulos, empezando con Moisés y los profetas, y los instruyó en todas las cosas relativas a él mismo, y también les explicó las profecías. Los apóstoles, en su predicación, se remontaron hasta el día de Adán, y llevaron a sus oyentes a través de la historia profética, y terminaron con Cristo y Cristo crucificado, invitando a los pecadores a apartarse de sus pecados y volverse a Dios. Los representantes de Cristo en nuestra época deben seguir su ejemplo, y en todo discurso ensalzar a Cristo como el Ser exaltado, como el que lo es todo y en todos.

No sólo la formalidad se está posesionando de las iglesias nominales, sino que está aumentando en grado alarmante entre aquellos que profesan observar los mandamientos de Dios y esperar la pronta aparición de Cristo en las nubes de los cielos. No debemos ser estrechos en nuestras miras y limitar nuestras facilidades de hacer bien; sin embargo, mientras extendemos nuestra influencia y ampliamos nuestros planes a medida que la Providencia nos prepara el camino, debemos ser más fervientes para evitar la idolatría del mundo. Mientras hacemos mayores esfuerzos para aumentar nuestra utilidad, debemos hacer esfuerzos correspondientes para obtener sabiduría de Dios a fin de llevar a cabo todos los ramos de la obra según su orden, y no desde un punto de vista mundanal. No debemos amoldarnos a las costumbres del mundo, sino sacar el mejor partido posible de las facilidades que Dios ha puesto a nuestro alcance para presentar la verdad a la gente.

Cuando, como pueblo, nuestras obras correspondan a nuestra profesión, veremos realizarse mucho más que ahora. Cuando tengamos hombres tan consagrados como Elías, poseedores de la fe que él poseía, veremos que Dios se revelará a nosotros, como se reveló a los santos hombres de antaño. Cuando tengamos hombres que, aunque reconociendo sus deficiencias, intercedan con Dios en fe ferviente como Jacob, veremos los mismos resultados. El poder de Dios vendrá al hombre en respuesta a la oración de fe. Hay tan sólo poca fe en el mundo. Son pocos los que viven cerca de Dios. ¿Y cómo podemos esperar que recibamos más poder y que Dios se revele a los hombres, cuando su Palabra es manejada con negligencia y cuando los corazones no son santificados por la verdad? Hay hombres que no están convertidos ni a medias, que confían en sí mismos y se creen suficientes en su carácter, y predican la verdad a otros. Pero Dios no obra con ellos, porque no son santos en corazón y vida. No andan humildemente con Dios. Debemos tener un ministerio consagrado, y entonces veremos la luz de Dios, y su poder ayudará a todos nuestros esfuerzos.

Los centinelas colocados antaño sobre los muros de Jerusalén y otras ciudades, ocupaban una posición de la mayor responsabilidad. De su fidelidad dependía la seguridad de todos los habitantes de aquellas ciudades. Cuando había aprensión de peligro, ellos no debían callar ni de día ni de noche. A intervalos debían llamarse uno a otro, para ver si estaban despiertos, no fuese que ocurriese daño a alguno de ellos. Se colocaban centinelas sobre alguna eminencia que dominaba los lugares importantes que habían de guardarse, y de ellos se elevaba el clamor de amonestación o de buen ánimo. Este clamor se transmitía de una boca a otra, repitiendo cada uno las palabras, hasta que daba la vuelta entera a la ciudad.

Estos atalayas representan el ministerio, de cuya fidelidad depende la salvación de las almas. Los dispensadores de los misterios de Dios deben estar como atalayas sobre los muros de Sión; y si ven llegar la espada, deben dar la nota de amonestación. Si son centinelas dormidos y sus sentidos espirituales están tan embotados que no ven ni se dan cuenta del peligro y la gente perece. Dios demandará su sangre de la mano de los centinelas.

"Hijo del hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel: oirás pues tú la palabra de mi boca. y amonestarlos has de mi parte." Los atalayas necesitan vivir muy cerca de Dios, oír su palabra y ser impresionados por su Espíritu, para que la gente no mire a ellos en vano. "Cuando yo dijere al impío: de cierto morirás: y tú no le amonestares, ni le hablares, para que el impío sea apercibido de su mal camino, a fin de que viva, el impío morirá por su maldad, mas su sangre demandaré de tu mano. Y si tú amonestares al impío, y él no se convirtiere de su impiedad, y de su mal camino, él morirá por su maldad, y tú habrás librado tu alma." Los embajadores de Cristo deben cuidar de que no pierdan, por su infidelidad, su propia alma y la de aquellos que les oyen.

Me han sido mostradas las iglesias que en diferentes estados profesan guardar los mandamientos de Dios y esperar la segunda venida de Cristo. Hay una alarmante cantidad de indiferencia, orgullo, amor al mundo y fría formalidad entre ellas. Y ellas constituyen el pueblo que se está volviendo rápidamente semejante al antiguo Israel en cuanto concierne a la falta de piedad. Muchos hacen alta profesión de piedad, y sin embargo, están destituidos de dominio propio. En ellos rigen los apetitos y pasiones; y el yo recibe prominencia. Muchos son arbitrarios, intransigentes, intolerantes, orgullosos, jactanciosos y sin consagración. Sin embargo, algunas de estas personas son ministros que manejan verdades sagradas. A menos que se arrepientan, su candelero será quitado de su lugar. La maldición que el Salvador pronunció sobre la higuera estéril, es un sermón dirigido a todos los formalistas e hipócritas jactanciosos que se presentan ante el mundo con hojas orgullosas, pero están privados de fruto. ¡Qué reprensión para los que tienen la forma de la piedad, mientras que en su vida sin cristianismo niegan la eficacia de ella! El que trató con ternura al principal de los pecadores, el que nunca despreció la verdadera mansedumbre y penitencia, por grande que fuese la culpa, hizo caer severas denuncias sobre aquellos que hacían gran profesión de piedad, pero en sus obras negaban su fe.

Manera de hablar

Algunos de nuestros ministros más talentosos se están causando grave daño por su deficiente manera de hablar. Mientras enseñan a la gente su deber de obedecer a la ley moral de Dios, no deben ser hallados violando las leyes de Dios respecto de la salud y la vida. Los ministros deben mantenerse erguidos y hablar lenta, firme y distintamente, tomando una inspiración completa de aire a cada frase, y emitir las palabras ejercitando los músculos abdominales. Si observan esa sencilla regla, prestando atención a las leyes de la salud en otros respectos, pueden conservar su vida y utilidad por mucho más tiempo que los hombres dedicados a cualquier otra profesión.

El tórax se ensanchará y, educando la voz, el orador rara vez se pondrá ronco aunque hable constantemente. En vez de que nuestros ministros se pongan tísicos por el mucho hablar, pueden, mediante cierto cuidado, vencer toda tendencia a la consunción. Quiero decir a mis hermanos en el ministerio: A menos que os acostumbréis a hablar según la ley física, sacrificaréis la vida y muchos lamentarán la pérdida de "aquellos mártires de la causa de la verdad." cuando, en realidad, será que, por practicar malas costumbres, os hicisteis injusticia a vosotros mismos y a la verdad que representabais, y robasteis a Dios y al mundo del servicio que podríais haber prestado. A Dios le habría agradado que hubieseis seguido viviendo, pero os suicidasteis lentamente.

La manera en que la verdad es presentada tiene con frecuencia mucho que ver para determinar si será aceptada o rechazada. Todos los que trabajan en la causa de la reforma deben estudiar para llegar a ser obreros eficientes a fin de lograr la mayor cantidad posible de bien, y no restar nada a la fuerza de la verdad por sus propias deficiencias.

Los ministros y maestros deben disciplinarse para tener una articulación clara y distinta, dando el sonido completo a cada palabra. Los que hablan rápidamente, desde la garganta, mezclando las palabras y alzando la voz a un tono alto que no es natural, no tardan en enronquecer, y las palabras que pronuncian pierden la mitad de la fuerza que tendrían si fuesen pronunciadas lenta y distintamente y en tono no tan alto. Las simpatías de los oyentes son despertadas en favor del orador porque saben que él se está haciendo violencia y temen que la voz le fallará en cualquier momento. No es evidencia de que un hombre tenga celo por Dios el hecho de que, gesticulando, alcance un frenesí de excitación. "El ejercicio corporal--dice el apóstol,--para poco es provechoso."

El Salvador del mundo quiere que sus colaboradores le representen; y cuanto más íntimamente un hombre ande con Dios, tanto más perfecta será su manera de dirigirse a la gente, así como su comportamiento, su actitud y sus ademanes. En nuestro Modelo, Cristo Jesús, no se vieron nunca modales groseros y desmañados. El era representante del Cielo y los que le siguen deben ser semejantes a él.

Algunos piensan que el Señor calificará por su espíritu a un hombre para que hable según él quiere que lo haga; pero el Señor no se propone hacer la obra que ha dado al hombre. El nos ha dado facultades de raciocinio, y oportunidades de educar la mente y los modales. Y después que hemos hecho cuanto estaba a nuestro alcance, haciendo el mejor uso de las ventajas de que disponemos, entonces podemos pedir a Dios en ferviente oración que haga por su Espíritu lo que nosotros no podemos hacer, y siempre hallaremos en nuestro Salvador poder y eficiencia.

Calificaciones para el ministerio

Con frecuencia se perjudica grandemente a nuestros jóvenes permitiéndoles que comiencen a predicar cuando no tienen suficiente conocimiento de las Escrituras para presentar nuestra fe de una manera inteligente. Algunos de los que entran en el campo son meros novicios en las Escrituras. En otras cosas, son también incompetentes y deficientes. No pueden leer las Escrituras sin vacilar, equivocar las palabras, y mezclarlas de una manera que maltrata a la Palabra de Dios. Los que no están calificados para presentar la verdad debidamente deben preocuparse de su deber. Les corresponde el puesto de discípulos y no el de maestros. Los jóvenes que deseen prepararse para el ministerio quedarán grandemente beneficiados por asistir a nuestros colegios; pero necesitan aun otras ventajas para calificarse como oradores aceptables. Debe emplearse un maestro que enseñe a los jóvenes a hablar sin cansar los órganos vocales. Sus modales también deben recibir atención.

Algunos jóvenes que entran en el campo no tienen éxito en enseñar la verdad a otros porque no han sido educados ellos mismos. Los que no pueden leer correctamente deben aprender, y deben poder enseñar antes de intentar ponerse delante del público. Los maestros de nuestras escuelas están obligados a aplicarse detenidamente al estudio, a fin de estar preparados para instruir a otros. Estos maestros no son aceptados hasta que hayan pasado un examen crítico y su capacidad de enseñar haya sido probada por jueces competentes. No deben emplearse menos precauciones para examinar los predicadores; los que están por entrar en la obra sagrada de enseñar la verdad bíblica al mundo deben ser examinados cuidadosamente por personas fieles y de experiencia.

Después que estos jóvenes han tenido cierta experiencia, queda aún otra obra que hacer para ellos; deben ser presentados delante del Señor en ferviente oración para que él indique por su Espíritu Santo si son aceptables para él. El apóstol dice: "No impongas de ligero las manos a ninguno." En los días de los apóstoles, los ministros de Dios no se atrevían a confiar en su propio juicio para elegir o aceptar hombres que debían asumir la solemne y sagrada posición de portavoces de Dios. Elegían a los hombres que su juicio aceptaba, y luego los presentaban al Señor para ver si él aceptaba que ellos saliesen como representantes suyos. No debiera hacerse menos hoy.

En muchos lugares encontramos hombres que han sido puestos apresuradamente en posiciones de responsabilidad como ancianos de la iglesia, cuando no estaban calificados para dicho puesto. No tienen el debido gobierno sobre sí mismos. Su influencia no es buena. La iglesia está continuamente en dificultades como consecuencia del carácter deficiente de su director. Se ha impuesto las manos a estos hombres con excesiva premura.

Los ministros de Dios deben ser de buena reputación, capaces de manejar discretamente un interés después que lo han despertado. Tenemos mucha necesidad de hombres competentes que reporten honor en vez de vergüenza a la causa que representan. Los ministros deben ser examinados especialmente para ver si tienen una comprensión inteligente de la verdad para este tiempo, de manera que puedan dar un discurso bien hilvanado acerca de las profecías o de temas prácticos. Si no pueden presentar con claridad los temas bíblicos, necesitan ser todavía oyentes y aprendices. Deben escudriñar las Escrituras con fervor y oración, y familiarizarse con ellas a fin de poder enseñar la verdad bíblica a otros. Todas estas cosas deben considerarse con cuidado y oración antes que se envíe con premura a los hombres al campo de labor.