El que aun a su propio Hijo no perdonó, antes le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?" Romanos 8:32.
uando este admirable e inapreciable don fué otorgado, todo el universo celestial fué profundamente conmovido en un esfuerzo por comprender el insondable amor de Dios, y por el anhelo de despertar en los corazones humanos una gratitud proporcionada al valor del don. ¿Podemos nosotros, por quienes Cristo murió, vacilar entre dos opiniones? ¿Devolveremos a Dios sólo una parte ínfima de los talentos y fuerzas que nos ha prestado? ¿Cómo podremos hacerlo así sabiendo que él, que era el General de todo el cielo, dejó a un lado su manto y corona reales, y conociendo la impotencia de la raza caída, vino a este mundo, revestido de la naturaleza humana, para hacer posible la unión de nuestra humanidad con su divinidad? El se hizo pobre para que pudiésemos entrar en posesión de los tesoros celestiales, "un sobremanera alto y eterno peso de gloria." 2 Corintios 5:17. Por redimirnos, él descendió de una humillación a otra, hasta que él, el divino-humano y paciente Cristo, fué levantado en la cruz, para atraer a sí a todos los hombres. El Hijo de Dios no pudo demostrar mayor condescendencia; ni haberse rebajado más.
ste es el misterio de la piedad, el misterio que ha inspirado a los agentes celestiales a ministrar mediante la humanidad caída de tal manera que en este mundo se suscitara un intenso interés por el plan de salvación. Tal es el misterio que movió al cielo entero a unirse a la humanidad para llevar adelante el gran plan de Dios para la salvación de un mundo perdido.
La obra de la iglesia
A los agentes humanos ha sido encomendada la obra de extender los triunfos de la cruz de un lugar a otro. Como cabeza de la iglesia, Cristo está llamando con autoridad a cada uno que profesa creer en él a seguir su ejemplo de abnegación y sacrificio, trabajando por la conversión de aquellos sobre quienes Satanás y su gran ejército están ejerciendo su poder para destruirlos. Los hijos de Dios están llamados a congregarse sin tardanza bajo la bandera manchada de sangre de Jesucristo. Ellos deben continuar incesantemente su lucha contra el enemigo, apresurando la batalla hasta las puertas mismas. Y cada nuevo recluta, añadido a las filas mediante la conversión, debe ocupar su puesto asignado. Cada cual debiera tener voluntad de ser o hacer cualquier cosa en este combate. Cuando los miembros de la iglesia realicen esfuerzos fervientes para el adelanto del mensaje, ellos vivirán en el gozo del Señor y obtendrán éxito. El triunfo corona siempre el esfuerzo decidido.
El Espíritu Santo, nuestra eficiencia
Cristo, en su cargo de Mediador, da a sus siervos la presencia del Espíritu Santo. Es la eficiencia del Espíritu lo que habilita a los agentes humanos para ser representantes del Redentor en la obra de salvar almas. A fin de poder unirnos a Cristo en esta obra, debemos colocarnos bajo la influencia modeladora de su Espíritu. Mediante el poder así impartido, podremos cooperar con él por los lazos de la unión como colaboradores suyos en la salvación de las almas. A cada cual que se ofrece al Señor para su servicio, sin reserva alguna, es dado poder para alcanzar resultados inmensurables.
El Señor está ligado por una promesa eterna de proveer poder y gracia a cada cual que es santificado por la obediencia a la verded. Cristo, a quien es dado todo poder, así en el cielo como en la tierra, coopera con su simpatía con sus agentes,--las almas sinceras que día tras día participan del pan de vida, "que desciende del cielo." Juan 6:50. La iglesia de la tierra, unida a la iglesia del cielo, puede cumplir todas las cosas.
El poder dado a los apóstoles
En el día de Pentecostés, el Infinito se reveló a su iglesia mediante su poder. Por su Espíritu Santo, él bajó de las alturas del cielo como un fuerte e impetuoso viento que penetró en el aposento en que los discípulos estaban reunidos. Fué como si por siglos esta influencia hubiese sido retenida y el cielo se regocijase ahora de poder derramar sobre la iglesia las riquezas del poder del Espíritu. Bajo la influencia del Espíritu, las palabras de confesión y penitencia se mezclaron con cantos de agradecimiento por los pecados perdonados. Se oyeron palabras de acción de gracias y de profecía. Todo el cielo se prosternó para contemplar y adorar la sabiduría del incomparable e incomprensible amor. Asombrados, los discípulos exclamaron: "En esto consiste el amor." 1 Juan 4:10. Ellos se apoderaron del don impartido. ¿Y cual fué el resultado?--Miles fueron convertidos en un día. La espada del Espíritu, recién afilada con poder y revestida del resplandor del rayo, penetró la incredulidad.
El corazón de los discípulos fué colmado de una gracia tan completa, tan profunda y abarcante, que los impulsó a ir hasta los confines de la tierra, testificando: No permita Dios que nos gloriemos sino en la cruz de Cristo. Ellos estaban llenos de un intenso deseo de añadir a la iglesia a aquellos que debían salvarse. Invitaban a los creyentes a levantarse y hacer su parte, para que todas las naciones pudiesen oír la verdad y la tierra fuese llenada con la gloria del Señor.
El mismo poder ha de manifestarse hoy
Por la gracia de Cristo, los apóstoles fueron hechos lo que fueron. Mediante una sincera devoción y la oración ferviente y humilde fueron puestos en íntima comunión con él. Ellos se sentaron juntamente con él en los lugares celestiales. Comprendieron la magnitud de su deuda hacia él. Mediante fervorosas y perseverantes oraciones, recibieron el don del Espíritu Santo, y luego fueron adelante cargados con el anhelo de salvar almas, celosos por extender los triunfos de la cruz. Y mediante su labor, muchas almas fueron traídas de las tinieblas a la luz, y muchas iglesias fueron suscitadas.
¿Seremos nosotros menos fervorosos que los apóstoles? Por una fe viva, ¿no habremos de aferrarnos a las promesas que los conmovieron, desde lo más profundo de su ser, a implorar del Señor Jesús el cumplimiento de su palabra: "Pedid, y recibiréis"? Juan 16:24. ¿No ha de venir hoy el Espíritu del Señor en respuesta a la fervorosa y perseverante oración, y llenar de poder a los hombres? ¿No asegura el Señor hoy día a sus obreros que, llenos de oración, firmeza y fe, abran las Escrituras a los que ignoran la preciosa verdad en ella contenida: "He aquí, yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo"? Mateo 28:20. ¿Por qué, pues, está la iglesia tan debilitada y falta de espiritualidad?
Así como los discípulos, llenos del poder del Espíritu, salieron a proclamar el evangelio, los siervos de Dios deben ir adelante ahora. Colmados de un anhelo desinteresado por dar el mensaje de gracia a aquellos que están en las tinieblas del error y de la incredulidad, debemos echar mano a la obra del Señor. El nos manda a hacer nuestra parte en cooperación con él, y él asimismo moverá el corazón de los incrédulos a llevar adelante su obra a las regiones lejanas. Muchos están ya recibiendo el Espíritu Santo, y el camino no quedará por más tiempo obstruido por la negligente indiferencia.
¿Por qué ha sido consignada la historia de la obra de los discípulos, cuando trabajaron con santo celo, animados y vivificados por el Espíritu Santo, sino para que su relato sirviese de inspiración al pueblo del Señor hoy día, para trabajar más fervorosamente por él? Lo que el Señor hizo para su pueblo entonces, es tan esencial, y aun más, que lo haga para sus hijos hoy.
Cada miembro de la iglesia puede hacer hoy día lo que los apóstoles hicieron en su tiempo. Y debemos trabajar con mucho más fervor y ser acompañados de una medida mayor del Espíritu Santo, del mismo modo que el aumento del pecado exige un llamado más decidido al arrepentimiento.
Cada persona sobre quien está brillando la luz de la verdad presente, debiera ser movida a compasión por aquellos que están en tinieblas. Todos los creyentes debieran reflejar rayos de luz claros y distintos. El Señor aguarda para hacer ahora una obra similar a la que realizara por medio de sus mensajeros enviados después del día de Pentecostés. En este tiempo, cuando el fin de todas las cosas está cercano, ¿no debiera el celo de la iglesia exceder al de la iglesia primitiva? El celo por glorificar a Dios impulsaba a los discípulos a testificar por la verdad con gran poder. ¿No debiera este celo inflamar nuestro corazón con el deseo de contar la historia del amor redentor de Cristo, y de Cristo crucificado? ¿No debiera el poder de Dios revelarse más poderosamente hoy día que en el tiempo de los apóstoles?