Testigos de la verdad
"Vosotros sois mis testigos, dice Jehová," para "publicar libertad a los cautivos, y a los presos abertura de la cárcel; a promulgar año de la buena voluntad de Jehová, y día de venganza del Dios nuestro." Isaías 43:10; 61:1, 2.
Nuestra obra de publicación se estableció según las instrucciones de Dios y bajo su dirección especial. Fué fundada para alcanzar un objeto preciso. Los adventistas del séptimo día han sido elegidos por Dios como pueblo particular, separado del mundo. Con el gran instrumento de la verdad, los ha sacado de la cantera del mundo y los ha relacionado consigo. Ha hecho de ellos representantes suyos, y los ha llamado a ser sus embajadores durante esta última fase de la obra de salvación. Les ha encargado de proclamar al mundo la mayor suma de verdad que se haya confiado alguna vez a seres mortales, las advertencias más solemnes y terribles que Dios haya enviado alguna vez a los hombres. Y nuestras casas de publicación se cuentan entre los medios más eficaces para realizar esta obra.
Estas instituciones deben ser testigos de Dios y enseñar la justicia al mundo. La verdad debe resplandecer de ellas como una antorcha. Deben reflejar constantemente en las tinieblas del mundo rayos de luz que adviertan a los hombres los peligros que los exponen a la destrucción, y parecerse así a la poderosa luz de un faro edificado en una costa peligrosa.
Las páginas impresas que salen de nuestras casas de publicación, deben preparar a un pueblo para ir al encuentro de su Dios. En el mundo entero, estas instituciones deben realizar la misma obra que la que hizo Juan el Bautista en favor de la nación judaica. Mediante solemnes mensajes de amonestación, el profeta de Dios arrancaba a los hombres de sus sueños mundanos. Por su medio, Dios llamó al arrepentimiento al apóstata Israel. Por la presentación de la verdad desenmascaraba los errores populares. En contraste con las falsas teorías de su tiempo, la verdad resaltaba de sus enseñanzas con certidumbre eterna. "Arrepentíos, que el reino de los cielos se ha acercado." Mateo 3:2. Tal era el mensaje de Juan. El mismo mensaje debe ser anunciado al mundo hoy por las páginas impresas que salen de nuestras casas editoriales.
La profecía cumplida por la misión del Bautista delinea la tarea que nos incumbe: "Aparejad el camino del Señor, enderezad sus veredas." Mateo 3:2, 3. Así como Juan preparó el camino para la primera venida del Salvador, debemos nosotros preparar el camino para su segunda venida. Nuestras imprentas deben rehabilitar las pisoteadas exigencias de la ley de Dios. Frente al mundo, como agentes de reforma, deben mostrar que la ley de Dios es el fundamento de toda reforma duradera. Deben hacer comprender, clara y distintamente, la necesidad de la obediencia a todos sus mandamientos. Constreñidas por el amor de Cristo, deben trabajar con él para reedificar las ruinas antiguas y restaurar los cimientos antiguos de muchas generaciones. Deben reparar los portillos, restaurar las sendas. Por su testimonio, el sábado del cuarto mandamiento debe ser presentado como un testigo, como recuerdo de Dios, que llame la atención y suscite preguntas que dirijan la mente de los hombres hacia su Creador.
Nunca os olvidéis que estas instituciones deben cooperar con el ministerio de los enviados celestiales. Se cuentan entre los medios de propaganda representados por el ángel que volaba "por en medio del cielo, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los que moran en la tierra, y a toda nación y tribu y lengua y pueblo, diciendo en alta voz: Temed a Dios, y dadle honra; porque la hora de su juicio es venida." Apocalipsis 14:6, 7.
También es de nuestras casas editoriales de donde ha de salir la terrible denuncia: "Ha caído, ha caído Babilonia, aquella grande ciudad, porque ella ha dado a beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación." Apocalipsis 14:8.
También son representadas por el tercer ángel que los siguió "diciendo en alta voz: Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y toma la señal en su frente, o en su mano, éste también beberá del vino de la ira de Dios." Apocalipsis 14:9, 10.
Es también, en gran medida, por medio de nuestras imprentas cómo debe cumplirse la obra de aquel otro ángel que baja del cielo con gran potencia y alumbra la tierra con su gloria.
La responsabilidad que recae sobre nuestras casas editoriales es solemne. Los que dirigen estas instituciones, los que redactan los periódicos y preparan los libros, alumbrados como están por la luz del plan de Dios, son tenidos por responsables de las almas de sus semejantes. A ellos, como a los predicadores de la Palabra, se aplica el mensaje dado antaño por Dios a su profeta: "Tú pues, hijo del hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel, y oirás la palabra de mi boca, y los apercibirás de mi parte. Diciendo yo al impío: Impío, de cierto morirás; si tu no hablares para que se guarde el impío de su camino, el impío morirá por su pecado, mas su sangre yo la demandaré de tu mano." Ezequiel 33:7, 8.
Nunca se ha aplicado este mensaje con tanta fuerza como hoy. El mundo desprecia cada día más las exigencias de Dios. Los hombres se han envalentonado en sus transgresiones. La maldad de los habitantes de la tierra, casi ha hecho desbordar la copa de sus iniquidades. Casi ha llegado la tierra al punto en el cual Dios se dispone a abandonarla en manos del destructor. La substitución de leyes humanas en lugar de la ley de Dios, la exaltación del domingo prescripta por una simple autoridad humana en reemplazo del sábado bíblico, constituye el último acto de este drama. Cuando esta substitución sea universal. Dios se revelará. Se levantará en su majestad y sacudirá poderosamente a la tierra. Castigará a los habitantes del mundo por sus iniquidades; y la tierra no encubrirá más la sangre ni ocultará más sus muertos.
El gran conflicto que Satanás hizo estallar en los atrios celestiales llegará pronto a su fin. Pronto, todos los habitantes de la tierra se habrán decidido por o en contra del gobierno del cielo. Como nunca antes, está Satanás desplegando ahora su potencia engañosa para seducir y destruir a toda alma que no esté precavida. Estamos llamados a rogar a los hombres a que se preparen para los acontecimientos que los esperan. Debemos advertir a los que se hallan expuestos a una destrucción inminente. El pueblo de Dios debe desplegar todas sus fuerzas para combatir los errores de Satanás y derribar sus fortalezas. Debemos explicar en el mundo entero, a todo ser humano que quiera escucharnos, los principios que están en juego en esa gran lucha, principios de los cuales depende el destino eterno de las almas. Debemos preguntar a todos solemnemente: "¿Sigue Vd. al gran apóstata en su desobediencia a la ley de Dios, o al Hijo de Dios quien declara: 'He guardado los mandamientos de mi Padre'?"
Tal es la tarea que está delante de nosotros. Para cumplirla han sido establecidas nuestras casas editoriales. Esta es la obra que el Señor desea ver realizarse por sus esfuerzos.
Demostración de los principios cristianos
No debemos simplemente publicar una teoría de la verdad, sino presentar una ilustración práctica de ella en nuestro carácter y en nuestra vida. Nuestras casas editoriales deben ser para el mundo una encarnación de los principios cristianos. En estas instituciones, si se logra el propósito de Dios a su respecto, Cristo mismo encabeza el personal. Los ángeles santos vigilan el trabajo en cada departamento. Todo lo que se hace en ellas lleva el sello del cielo, y demuestra la excelencia del carácter de Dios.
Dios ha ordenado que su obra sea presentada al mundo de una manera santa y distinta. Desea que sus hijos demuestren por su vida las ventajas de su fe sobre el espíritu mundano. Por su gracia, ha sido provisto todo lo necesario para que demostremos, en todas nuestras transacciones comerciales, la superioridad de los principios del cielo sobre los del mundo. Debemos demostrar que trabajamos según un plan más elevado que el de los mundanos. En todo, debemos dar pruebas de pureza de carácter y demostrar que la verdad, aceptada y obedecida, hace de los que la reciben hijos e hijas de Dios, hijos del Rey de los cielos, y que, como tales, son honrados en todo lo que hacen, fieles, veraces, y rectos en las cosas pequeñas como en las grandes.
Dios desea que la perfección caracterice todos nuestros trabajos, mecánicos o de otra clase. Desea que pongamos en cuanto hagamos para su servicio la exactitud, el talento, el tacto y la sabiduría que exigió cuando se construía el santuario terrenal. Desea que todos los asuntos tratados para su servicio sean tan puros, tan preciosos a sus ojos como el oro, el incienso y la mirra que los magos de Oriente trajeron en su fe sincera y sin mácula al niño Jesús.
Así es cómo, en sus asuntos comerciales, los discípulos de Cristo deben ser portaluces para el mundo. Dios no les exige que se esfuercen para brillar. El no aprueba ninguna tentativa presuntuosa hecha para dar pruebas de una bondad superior. Desea sencillamente que su alma, esté impregnada de los principios celestiales, y que, al ponerse en relación con el mundo, revelen la luz que hay en ellos. Su honradez, su rectitud, su fidelidad inquebrantable en todos los actos de la vida, llegarán a ser así una fuente de luz.
El reino de Dios no se revela por las apariencias que atraen la atención. Se manifiesta por la calma que proviene de su palabra, por la operación interna del Espíritu Santo, por la comunión del alma con Aquel que es su vida. La mayor manifestación de su potencia se produce cuando la naturaleza humana es llevada a la perfección del carácter de Cristo.
Una apariencia de riqueza o alta posición, la arquitectura o los muebles costosos, no son esenciales para el adelantamiento de la causa de Dios; como tampoco, por otra parte, lo son las empresas que provocan los aplausos de los hombres y engendran el orgullo. El fasto del mundo, por imponente que sea, no tiene ningún valor ante Dios.
Aunque es nuestro deber buscar la perfección en las cosas externas, hay que recordar constantemente que éste no es el blanco supremo. Dicho deber ha de quedar subordinado a intereses más altos. Más que lo visible y pasajero, aprecia Dios lo invisible y eterno. Lo visible no tiene valor más que en la medida en que es expresión de lo invisible. Las obras de arte mejor terminadas no tienen una belleza comparable a la del carácter resultante de la operación del Espíritu Santo en el alma.
Cuando Dios dió a su Hijo al mundo, dotó a la humanidad de riquezas imperecederas, en comparación de las cuales no son absolutamente nada todos los tesoros amontonados por los hombres de todos los tiempos. Al venir a la tierra, Cristo se presentó a los hijos de los hombres con un amor acumulado durante la eternidad, y ese tesoro es él que nosotros, por nuestra comunión con él, debemos recibir, dar a conocer, e impartir a otros.
Nuestras instituciones darán carácter a la obra de Dios en la medida en que sus empleados se consagren a esta obra de todo corazón. Lo lograrán al dar a conocer la potencia de la gracia de Cristo para transformar la vida. Debemos ser distintos del mundo porque Dios puso su sello sobre nosotros, porque manifestó en nosotros su propio carácter de amor. Nuestro Redentor nos cubre con su justicia.
Al elegir a hombres y mujeres para su servicio, Dios no pregunta si son instruidos, elocuentes, o ricos en bienes de este mundo. Pregunta: "¿Andan con tal humildad que yo pueda enseñarles mis caminos? ¿Puedo poner mis palabras en sus labios? ¿Serán representantes míos?"
Dios puede emplear a cada uno en la medida en que pueda derramar su Espíritu en el templo de su alma. El trabajo que él acepta, es el que refleja su imagen. Sus discípulos deben llevar, como credenciales para el mundo, las señales indelebles de sus principios inmortales.
Centros misioneros
Nuestras casas editoriales son centros establecidos por Dios. Por su medio debe realizarse una obra cuya extensión no conocemos todavía. Dios les pide su cooperación en ciertos ramos de su obra que hasta ahora les han sido ajenos.
Entra en el propósito de Dios que a medida que el mensaje penetre en campos nuevos, se continúe la formación de nuevos centros de influencia. Por todas partes, sus hijos deben levantar monumentos del sábado, la señal entre él y ellos por la cual se conoce que él los santifica. En los campos misioneros deben fundarse casas editoriales en diversos lugares. Dar carácter a la obra; formar centros de esfuerzos e influencia; atraer la atención de la gente; desarrollar los talentos y aptitudes de los creyentes; establecer un vínculo entre las nuevas iglesias; sostener los esfuerzos de los obreros y darles medios más rápidos de comunicarse con las iglesias y de expresar el mensaje,--tales son las razones, con muchas otras, que abogan en favor del establecimiento de imprentas en los campos misioneros.
Las instituciones ya establecidas tienen el privilegio, aún más, el deber, de tomar parte en esta obra. Estas instituciones han sido fundadas por la abnegación y las privaciones de los hijos de Dios y gracias al trabajo desinteresado de los siervos del Señor. Dios desea que el mismo espíritu de sacrificio caracterice estas instituciones, y que ellas a su vez hagan el mismo trabajo contribuyendo al establecimiento de nuevos centros en otros campos.
Una misma ley rige las instituciones y los individuos. Ellas no deben concentrarse en sí mismas. A medida que una institución se vuelva estable, y desarrolle su fuerza e influencia, no debe tratar constantemente de asegurarse nuevas y mejores instalaciones. Para cada institución como para cada individuo, es un hecho que recibimos para poder impartir. Dios nos da a fin de que podamos dar. En cuanto una institución ha alcanzado un grado suficiente de desarrollo, debe esforzarse para acudir en auxilio de otras instituciones de Dios que tienen mayores necesidades.
Esto está en armonía con los principios de la ley y del evangelio, principios ilustrados por la vida de Cristo. La mejor prueba de la sinceridad de nuestra obediencia a la ley de Dios y de nuestra lealtad con el Redentor, es un amor desinteresado dispuesto al sacrificio por nuestro prójimo.
La gloria del evangelio consiste en restaurar en nuestra especie caída la imagen de la divinidad por una manifestación constante de beneficencia. Dios honrará este principio doquiera se manifieste.
Los que, por amor de la verdad, siguen el ejemplo de abnegación de Cristo, hacen una impresión considerable sobre el mundo. Su ejemplo es convincente y contagioso. Los hombres ven que hay entre los hijos de Dios una fe que obra por amor y que purifica el alma de todo egoísmo. En la vida de quienes obedecen los mandamientos de Dios, los mundanos ven la evidencia convincente de que la ley de Dios es una ley de amor para con Dios y el hombre.
La obra de Dios debe ser siempre una señal de su benevolencia, y en el grado en que esta señal se manifieste en el trabajo de nuestras instituciones, conquistará la confianza de la gente y obtendrá los recursos necesarios para el adelantamiento de su reino. El Señor retraerá sus bendiciones de cualquier ramo de su obra donde se manifiesten intereses egoístas; pero en el mundo entero dará anchura a su pueblo si éste aprovecha sus beneficios para el mejoramiento de la humanidad. Si aceptamos de todo corazón el principio divino de la benevolencia, si consentimos en obedecer en todo a las indicaciones del Espíritu Santo, tendremos la misma experiencia que los apóstoles.
Escuelas de obreros
Nuestras instituciones deben ser agencias misioneras en el sentido más completo de la palabra, y el verdadero trabajo misionero empieza siempre por los más cercanos. Hay trabajo misionero que realizar en el interior de cada institución. Desde el director hasta el más humilde obrero, todos deben sentir su responsabilidad para con los inconversos que haya en su medio. Deben poner por obra los esfuerzos más celosos para traerlos al Señor. Como resultado de tales esfuerzos, muchos serán ganados y llegarán a ser fieles y leales en el servicio de Dios.
A medida que nuestras casas editoriales tomen a pecho la obra en los campos misioneros, verán la necesidad de proveer una educación más amplia y completa a sus obreros. Comprenderán el valor de las ventajas que poseen para realizar esta tarea, y sentirán la necesidad de formar obreros calificados no sólo para mejorar las condiciones de trabajo en sus propios talleres, sino también para ofrecer ayuda eficaz a las instituciones fundadas en campos nuevos.
Dios desea que nuestras casas editoriales sean buenas escuelas, tanto para la instrucción industrial y comercial como en las cosas espirituales. Los directores y obreros deben recordar constantemente que Dios exige la perfección en todas las cosas que están relacionadas con su servicio. Comprendan esto todos los que entran en nuestras instituciones para recibir en ellas instrucción. Dad a todos ocasión de adquirir la mayor eficiencia posible, y de familiarizarse con diferentes ramos de trabajo; de esta manera, si son llamados a otros campos, tendrán una preparación completa y serán calificados para llevar varias responsabilidades.
Los aprendices deben formarse de tal manera que después de haber pasado en la institución el tiempo necesario, puedan desempeñar inteligentemente en otra institución los diferentes trabajos de imprenta, dar impulso a la causa de Dios por el empleo juicioso de sus energías y comunicar a otros los conocimientos recibidos.
A todos los obreros se les debe dar a comprender que no sólo han de prepararse para los ramos comerciales, sino también calificarse para llevar responsabilidades espirituales. Comprenda cada obrero la importancia que tiene la comunión personal con el Señor, la experiencia personal de su potencia para salvar. Sean todos ellos educados como lo eran los jóvenes que frecuentaban las escuelas de los profetas. Sea su mente amoldada por Dios mediante los recursos que él mismo proveyó. Todos deben ser instruídos en las cosas de la Biblia; deben estar arraigados y fundados en los principios de la verdad, a fin de permanecer en el camino del Señor para obrar en él con justicia y discernimiento. Realícense todos los esfuerzos posibles para despertar y estimular el espíritu misionero. Es necesario que los obreros estén llenos del sentimiento del alto privilegio que les es concedido de ser empleados por Dios como colaboradores suyos. Aprenda cada uno a trabajar para salvar a sus semejantes donde se encuentre; aprendan todos a considerar la Palabra de Dios para recibir instrucción en todos los ramos del esfuerzo misionero. Entonces, a medida que la Palabra de Dios les sea comunicada, proporcionará a su mente sugestiones para trabajar de modo que obtendrán para el Señor los mejores productos de todas las partes de su viña.
Cumplimiento del plan de Dios
Jesús desea, por la plenitud de su potencia, corroborar de tal modo a su pueblo que por su medio el mundo entero quede rodeado de una atmósfera de gracia. Cuando su pueblo se someta de todo corazón a Dios, dicho plan quedará realizado. La palabra que el Señor dirige a los que trabajan en sus instituciones es: "Limpiaos, los que lleváis los vasos de Jehová." Isaías 52:11. En todas nuestras instituciones, dé lugar el egoísmo al amor desinteresado y al trabajo en favor de las almas cercanas y lejanas. Entonces el aceite santo correrá de los dos olivos en los conductos de oro, y de ellos a los vasos preparados para recibirlo. Entonces la vida de los obreros de Cristo será verdaderamente una demostración de las verdades de su Palabra.
El amor y temor de Dios, el sentimiento de su bondad y santidad serán visibles en cada institución. Una atmósfera de amor y paz rodeará todos los departamentos. Cada palabra pronunciada, cada trabajo realizado, tendrá una influencia que corresponderá a la del cielo. Cristo habitará en el hombre y el hombre morará en Cristo. En todos los trabajos se manifestará el carácter del Dios infinito y no el del hombre. La influencia divina comunicada por los santos ángeles impresionará a las mentes puestas en relación con los empleados; y de cada uno de ellos se desprenderá una fragante influencia.
Cuando estén llamados a entrar en nuevos campos, los obreros así formados partirán como representantes del Salvador, capaces de ser útiles en su servicio, capaces de comunicar a otros, por el precepto y el ejemplo, un conocimiento de la verdad presentó. El carácter formado por la potencia divina recibirá la luz y gloria del cielo, y será delante del mundo un testigo encargado de dirigir las miradas de los hombres hacia el trono del Dios viviente.
Entonces, la obra progresará con duplicada fuerza y se volverá cada vez más estable. Una eficiencia nueva se comunicará a cuantos trabajen en todos sus ramos. Las páginas impresas enviadas como mensajeros de Dios llevarán el sello del Eterno. Los rayos de luz del santuario celestial acompañarán la verdad preciosa que contienen. Como nunca antes, tendrán poder para despertar en las almas el sentimiento de pecado, para crear un deseo ardiente de justicia, de hacer nacer un ardiente deseo de poseer las cosas que no pasarán nunca. Habrá hombres que aprenderán a reconocer la reconciliación y justicia eternas que el Mesías trajo por su sacrificio. Muchos serán llevados a compartir la gloriosa libertad de los hijos de Dios y estarán con el pueblo de Dios para dar la bienvenida a nuestro Señor y Salvador, cuando, pronto, vendrá con gloria y potencia.
Los trabajos comerciales
Desde el principio, nuestro Señor destinó nuestras casas editoriales a la promulgación de la verdad presente, así como a las diversas transacciones comerciales e industriales que implica dicha obra. Al mismo tiempo, deben, permanecer en contacto con el mundo, a fin de que la verdad sea como luz puesta en un candelero que alumbre a todos los que están en la casa. En su providencia, Dios puso a Daniel y a sus compañeros en relación con los grandes personajes de Babilonia, a fin de que esos hombres aprendiesen a conocer la religión de los hebreos y supiesen que Dios gobierna todos los reinos. En Babilonia, Daniel fué puesto en circunstancias muy difíciles; mas al paso que cumplió fielmente sus deberes de estadista, se negó constantemente a participar en cualquier acción contraria a los principios y a la obra de Dios. Su conducta provocó discusiones, y el Señor atrajo así la atención del rey de Babilonia a la fe de Daniel. Dios, que tenía luz en reserva para Nabucodonosor, le hizo conocer por medio de Daniel las cosas que habían sido predichas en las profecías concernientes a Babilonia y otros reinos. Por la interpretación del sueño de Nabucodonosor, Jehová fué ensalzado como más poderoso que los amos de la tierra. Así fué honrado Dios a causa de la fidelidad de Daniel. Así también desea el Señor que nuestras casas editoriales sean sus testigos.
Ocasiones ofrecidas por el trabajo comercial
Uno de los medios por los cuales estas instituciones están puestas en relación con el mundo, lo constituyen los trabajos comerciales. Son una puerta abierta para que se comunique la luz de la verdad.
Los empleados pueden tener la impresión de que realizan un trabajo puramente mecánico, mientras que están, por el contrario, ocupados en una obra que suscitará preguntas acerca de su fe y sus principios. Si están animados de un buen espíritu, podrán hablar en tiempo oportuno. Si está en ellos la luz de la verdad y del amor de Dios, no podrán menos que dejarla brillar. Hasta la manera en que manejan los asuntos comerciales manifestará la influencia de los principios divinos. Se puede decir de nuestros obreros como se dijo antaño de los artesanos del tabernáculo: "Y lo he henchido de espíritu de Dios, en sabiduría, y en inteligencia, y en ciencia, y en todo artificio." Éxodo 31:3.
Esta obra no debe ocupar el primer puesto
En ningún caso deben nuestras casas editoriales dedicarse principalmente a los trabajos comerciales. De lo contrario, las personas que en ellas trabajen perderán de vista el blanco por el cual dichas casas fueron establecidas y su trabajo degenerará.
Los directores cuya percepción espiritual se extravíe, están expuestos al peligro de publicar impresos de dudoso mérito, simplemente por la ganancia que reportan. De ello resultará que el objeto por el cual fueron fundadas nuestras imprentas se perderá de vista, y nuestras instituciones serán consideradas como cualquier otra empresa comercial. Ello deshonrará a Dios.
En algunas de nuestras imprentas, el trabajo puramente comercial requiere un aumento constante de los gastos para la adquisición de máquinas y otras herramientas de precio elevado. Estos gastos gravan pesadamente el presupuesto de la institución. Además, cuando abunda el trabajo, se requiere no sólo un mayor equipo de herramientas, sino un número mayor de obreros del que se puede educar debidamente. Se asevera que el trabajo comercial es un beneficio financiero para la imprenta. Mas un Ser que tiene autoridad ha hecho la cuenta exacta de lo que cuesta este trabajo a nuestras principales casas editoriales. Ha presentado un balance que demuestra que las pérdidas exceden a los beneficios. Ha demostrado que este trabajo obliga a los obreros a apresurarse constantemente. En este ambiente de fiebre y mundanalidad, la verdadera piedad decae.
No es necesario que el trabajo comercial quede enteramente suprimido de nuestras imprentas, porque ello cerraría las puertas a los rayos de luz que deben ser comunicados al mundo. Las relaciones con la gente del mundo no son necesariamente perjudiciales para los obreros, como tampoco el trabajo de Daniel como estadista conmovió su fe o sus principios. Pero cada vez que ese trabajo realizado para las gentes del mundo parezca dañar la espiritualidad de las instituciones, se le debe excluir. Haced primero el trabajo que representa la verdad: Dadle siempre el primer lugar, luego al trabajo comercial el segundo. Nuestra misión consiste en dar al mundo un mensaje de advertencia y misericordia.
Los precios
En el esfuerzo que se ha hecho para asegurar a nuestras imprentas una clientela que las saque de apuros financieros, se han fijado precios tan bajos que su trabajo no les reporta ningún beneficio. Los que se lisonjean de que había ganancia no han llevado cuenta exacta de todos los gastos. No rebajéis los precios simplemente para obtener trabajo. No aceptéis sino el trabajo que os dejará una ganancia razonable.
Por otro lado, no debe haber en nuestras transacciones comerciales ni una sombra de egoísmo o codicia. No se aproveche nadie de la ignorancia o de la situación de un hombre para exigirle precios exorbitantes por el trabajo hecho o por la venta de mercaderías. Se presentarán fuertes tentaciones de apartarse del camino recto; se encontrarán numerosos argumentos en favor de la conformidad a las prácticas del mundo, la adopción de costumbres que en realidad son deshonestas. Algunos pretenden que cuando se trata con personas faltas de delicadeza, hay que conformarse a la costumbre y ser como ellas; que si se fuese perfectamente íntegro sería imposible hacer negocios y ganarse la vida. ¿Dónde está nuestra fe en Dios? Le pertenecemos como hijos e hijas a condición de que nos separemos del mundo y no toquemos siquiera las cosas impuras. El Señor dirige estas palabras tanto a sus instituciones como a cada cristiano individualmente: "Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia" (Mateo 6:33), y ha prometido de un modo seguro que todas las cosas necesarias para la vida nos serán dadas por añadidura. Sobre cada conciencia debiera escribirse como quien burila sobre la roca con cincel de acero, que el verdadero éxito, para esta vida o la venidera, no puede obtenerse sino por la obediencia fiel a los principios eternos de la justicia.
Impresos desmoralizadores
Cuando nuestras casas editoriales hacen una gran cantidad de trabajo comercial, están expuestas al peligro de tener que imprimir literatura de valor dudoso. En cierta ocasión, mientras mi atención se concentraba en estas cuestiones, mi guía preguntó a uno de los hombres que ocupan una posición de responsabilidad en una de nuestras imprentas: "¿Cuánto os pagan por este trabajo?" Le fueron presentadas las cifras. Dijo: "Es demasiado poco. Si realizáis negocios en esta forma sufriréis pérdidas. Y aun cuando recibierais una suma más considerable, esta clase de escritos no podría publicarse más que con gran déficit. La influencia que ejercen sobre los obreros es desmoralizadora. Todos los mensajes que Dios les manda para hacerles comprender el carácter sagrado de su obra quedarán neutralizados por el consentimiento que otorgáis a la publicación de tales cosas."
El mundo está inundado de libros que más valdría quemar que vender. Los libros que hablan de las guerras de los indios y cosas semejantes, que se publican y venden con la única intención de ganar dinero, no deberían leerse. Estos libros contienen una potencia fascinadora satánica. Los relatos espeluznantes de crímenes y atrocidades ejercen una influencia hechizadora sobre la juventud y provocan en ella el deseo de hacerse célebre por actos de maldad. Gran número de obras que son más históricas, no ejercen, sin embargo, mejor influencia. Las enormidades, crueldades y prácticas licenciosas descriptas en esos libros han sido para muchos espíritus como una levadura que los impulsa a ejecutar actos semejantes. Los libros que describen las prácticas satánicas de los seres humanos dan publicidad a las malas obras. No es necesario revivir los horribles detalles de los crímenes y de los sufrimientos, y ninguno de los que creen en la verdad presente debe participar en la perpetuación de su recuerdo.
Las novelas de amor y las historias frívolas y excitantes constituyen otra clase de libros que son una maldición para todo lector. Puede el autor insertar una buena moraleja, puede también entremezclar en su obra sentimientos religiosos. Sin embargo, en la mayoría de los casos, es Satanás que se disfraza de ángel de luz para engañar y seducir con más facilidad. En gran medida el espíritu recibe la influencia de las cosas de que se nutre. Los lectores de las historias frívolas o excitantes se vuelven incapaces de cumplir los deberes que les incumben. Viven en lo irreal, y no tienen ningún deseo de escudriñar las Escrituras para nutrirse del maná celestial. Su mente se debilita, y pierde su facultad de considerar los grandes problemas del deber y del destino.
Se me ha mostrado que los jóvenes están expuestos a grandes peligros por las malas lecturas. Satanás obra de manera que tanto los jóvenes como los adultos hallen placer en leer historias sin valor. Si se pudiese quemar buena parte de los libros publicados, ello detendría una plaga que realiza una obra espantosa mediante el debilitamiento de los espíritus y la corrupción de los corazones. Nadie es tan firme en los principios de la justicia que quede a cubierto de la tentación. Todas estas lecturas sin valor deberían descartarse resueltamente.
El Señor no nos permite dedicarnos a la impresión o venta de tales publicaciones, pues son un agente de destrucción para muchas almas. Sé lo que escribo, pues esta cuestión me ha sido presentada claramente. Que aquellos que creen en el mensaje de nuestro tiempo no se dediquen a semejante trabajo con la esperanza de ganar dinero. El Señor pondría su maldición sobre el dinero así obtenido, y esparciría más de lo que se hubiese juntado.
Hay otra clase de impresos, más peligrosos que la lepra, más mortíferos que las plagas de Egipto, contra los cuales deben precaverse constantemente nuestras casas editoriales. Al aceptar trabajos de afuera, ellas deben cuidar de que no se reciban en nuestras instituciones manuscritos que expongan la ciencia misma de Satanás. No se dé nunca lugar en nuestras instituciones para obras que expongan las destructoras teorías del hipnotismo, espiritismo, romanismo y otros misterios de iniquidad.
No se coloque en las manos de nuestros empleados nada que pueda echar una sola semilla de duda sobre la autoridad o pureza de las Escrituras. En ningún caso, dejéis escritos impíos bajo los ojos de los jóvenes, quienes por su mentalidad son tan dispuestos a aceptar lo nuevo. Tales obras se publicarían con inmenso déficit, aun cuando pagasen los precios más elevados.
Permitir que cosas semejantes pasen por nuestras instituciones, es colocar en manos de nuestros empleados y presentar al mundo el fruto prohibido del árbol del conocimiento. Es invitar a Satanás a entrar con su ciencia seductora; es insinuar sus principios en las mismas instituciones establecidas para el adelantamiento de la santa causa de Dios. Publicar tales obras, sería cargar los cañones del enemigo y colocarlos en sus manos para que los use contra la verdad.
¿Pensáis que Jesús obrará en nuestras imprentas por las mentes humanas mediante sus ángeles? ¿Pensáis que hará de la verdad que sale de nuestras imprentas una potencia para amonestar al mundo, si se permite a Satanás que pervierta los espíritus de los obreros en la institución misma? ¿Puede la bendición de Dios descansar sobre los impresos que salen de la prensa, cuando de estas mismas prensas salen los errores y herejías de Satanás? "¿Echa alguna fuente por una misma abertura agua dulce y amarga?" Santiago 3:11.
Los directores de nuestras instituciones necesitan comprender que al aceptar sus puestos se hacen responsables del alimento intelectual dado a los empleados mientras están en la institución. Ellos son responsables del carácter de los impresos que salen de nuestras prensas. Deberán dar cuenta de la influencia ejercida por la introducción de cosas que habrían de mancillar la institución, contaminar el espíritu de los empleados o engañar al mundo.
Si se concede a estas cosas un lugar en nuestras instituciones, no tardará en descubrirse que la potencia de los sentimientos satánicos no se destruye fácilmente. Si se permite al tentador que siembre su mala semilla, ésta germinará y dará fruto. El diablo cosechará así en la misma institución establecida con el dinero dado por los hijos de Dios para el adelantamiento de su causa. De ello resultará que, en vez de enviar al mundo obreros cristianos, se enviará un grupo de incrédulos instruídos.
La responsabilidad de estas casas descansa no solamente en los directores sino también en los empleados. Tengo algo que decir a los obreros de nuestras imprentas: Si amáis y teméis a Dios, os negaréis a tener trato con el conocimiento contra el cual Dios previno a Adán. Niéguense los tipógrafos a componer una sola frase de estas cuestiones. Niéguense los correctores de pruebas a leerlas, los impresores a imprimirlas y los encuadernadores a encuadernarlas. Si se os pide que os dediquéis a cosas de este género, convocad a los empleados del establecimiento a fin de que comprendan lo que ello significa. Los que dirigen la institución pueden sostener que no sois responsables, que a la dirección le toca tomar decisiones. Mas sois responsables por el uso de vuestros ojos, de vuestras manos, de vuestra mente. Estos dones os han sido confiados por Dios para que los empleéis en su servicio y no en el de Satanás.
Cuando en nuestras casas editoriales se impriman publicaciones que contienen errores que combatan la obra de Dios, Dios tiene por responsables no sólo a quienes permiten que Satanás tienda una trampa a las almas, sino también a los que han cooperado de una manera u otra en la obra de la tentación.
Hermanos míos, vosotros que ocupáis puestos de responsabilidad, cuidad de no enganchar a vuestros empleados al carro de la superstición y la herejía. No permitáis que las instituciones establecidas por Dios para esparcir la verdad y la vida, vengan a ser una agencia para diseminar el error que destruye las almas.
Niéguense nuestras casas editoriales, desde la menor hasta la mayor, a imprimir una sola línea de estos asuntos perniciosos. Sea convenido con todos aquellos con quienes debemos tratar que los impresos que contienen la ciencia de Satanás están excluídos de todas nuestras instituciones. Estamos en contacto con el mundo no para que sus errores obren en nosotros como levadura; sino a fin de que, como agentes de Dios, seamos para el mundo una levadura de verdad.