Jesús pasó toda su niñez en una pequeña aldea montañesa. Como era el Hijo de Dios, podría haber vivido en cualquier parte de la tierra.
Su presencia hubiera sido un honor para cualquier lugar. Pero el Salvador no escogió el hogar de los hombres ricos o el palacio de los reyes, sino que decidió habitar entre la gente pobre de Nazaret.
Jesús quiere que los pobres sepan que él entiende sus pruebas. Como soportó todo lo que ellos tienen que soportar, puede comprenderlos y ayudarlos.
Al contarnos aquellos primeros años de la vida de Jesús, la Biblia dice: "El niño crecía y se fortalecía, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios era sobre él". "Y Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia para con Dios y los hombres". Lucas 2:40, 52.
Su mente era despejada y activa. Era de rápida comprensión y manifestaba tener un juicio y una sabiduría superiores a sus años. Sin embargo, era sencillo e infantil y crecía en mente y cuerpo como los otros niños.
Pero Jesús no era en todas las cosas como los otros niños. Siempre mostraba un espíritu dulce y sin egoísmo. Sus manos voluntarias estaban listas para servir a los demás. Era paciente y veraz.
Aunque era firme como una roca en defensa de la verdad, nunca dejó de ser bondadoso y cortés con todos. En su hogar o donde quiera que estuviese, era como un alegre rayo de sol.
Se mostraba atento y bondadoso con los ancianos y con los pobres, y manifestaba consideración también hacia los animales. Cuidaba tiernamente al pajarito herido y todo ser viviente era más feliz cuando él estaba cerca.
En los días de Cristo los judíos daban mucha importancia a la educación de sus niños. Sus escuelas estaban relacionadas con las sinagogas o lugares de culto, y los maestros eran los rabinos, hombres que tenían fama de ser muy instruidos.
Jesús no fue a estas escuelas porque enseñaban muchas cosas que no eran ciertas. En lugar de la Palabra de Dios, se estudiaban los dichos de los hombres y a menudo éstos eran contrarios a lo que el Señor había enseñado por medio de sus profetas.
Dios mismo por medio del Espíritu Santo le dijo a María cómo educar a su Hijo. Ella le enseñó a Jesús las Sagradas Escrituras y él aprendió a leerlas y a estudiarlas por sí mismo.
A Jesús también le gustaba estudiar las cosas maravillosas que Dios había hecho en la tierra y en el cielo. En el libro de la naturaleza contemplaba los árboles, las plantas y los animales, el sol y las estrellas.
Día tras día observaba y trataba de aprender las lecciones que encerraban, y de entender la razón de las cosas.
Ángeles celestiales estaban con él y lo ayudaban a aprender acerca de Dios. Así, a medida que crecía en estatura y en fuerza, crecía también en conocimiento y sabiduría.
Todo niño puede obtener conocimiento como Jesús lo hizo. Debemos emplear nuestro tiempo en aprender sólo lo que es verdadero. Las mentiras y las fábulas no nos harán ningún bien.
En la Palabra de Dios y en sus obras encontramos la verdad, que es lo único que tiene valor. Cada vez que estudiemos estas cosas los ángeles nos ayudarán a entenderlas.
Veremos la sabiduría y la bondad de nuestro Padre celestial, nuestras mentes se fortalecerán, nuestros corazones serán purificados y seremos más semejantes a Cristo.
Jesús en el templo
Todos los años José y María iban a Jerusalén, a la fiesta de la Pascua. Cuando Jesús tenía doce años lo llevaron consigo.
Era un viaje agradable. La gente iba a pie, o a lomo de bueyes o asnos, y demoraban varios días en llegar. La distancia de Jerusalén a Nazaret es de unos cien kilómetros. Concurrían personas de todas partes del país y aun de otros países. Los que eran del mismo lugar, generalmente viajaban juntos en un grupo grande.
La fiesta se realizaba a fines de marzo o a comienzos de abril. Esta era la época de la primavera en Palestina, cuando el colorido de las flores y el alegre canto de los pájaros embellecían el país.
Mientras viajaban, los padres contaban a sus hijos las cosas maravillosas que Dios había hecho por Israel en el pasado. A menudo cantaban juntos algunos de los hermosos salmos de David.
En los días de Cristo la gente se había vuelto fría y formal en su servicio a Dios. Las personas pensaban más en su propio placer que en la bondad divina hacia ellos.
Pero no ocurría lo mismo con Jesús. A él le gustaba pensar en Dios. Cuando llegó al templo observó atentamente a los sacerdotes en su servicio de adoración. Se arrodilló junto con los demás adoradores en la oración, y su voz se unió a los cánticos de alabanza.
Todas las mañanas y todas las tardes se sacrificaba un cordero sobre el altar. Esto se hacía para representar la muerte del Salvador. Mientras el niño Jesús estaba mirando a la víctima inocente, el Espíritu Santo le enseñó su significado. Comprendió que él mismo, como el Cordero de Dios, debía morir por los pecados del mundo.
Con tales pensamientos en su mente, Jesús sintió deseos de estar solo. De manera que no quedó en el templo con sus padres, y cuando iniciaron el viaje de regreso, no estaba con ellos.
En una sala junto al templo había una escuela donde enseñaban los rabinos, y a ese lugar, después de un rato, llegó el niño Jesús. Se sentó con los otros jóvenes a los pies de los grandes maestros y escuchó sus palabras.
Los judíos tenían muchas ideas equivocadas con respecto al Mesías. Aunque Jesús lo sabía, no contradijo a los hombres eruditos. Como alguien que deseaba aprender, hacía preguntas sobre lo que habían escrito los profetas.
El capítulo 53 de Isaías habla de la muerte del Salvador; Jesús lo leyó y les preguntó a los rabinos por su significado.
Ellos no sabían contestarle. Empezaron a interrogar a Jesús y se quedaron maravillados de su conocimiento de las Escrituras.
Se dieron cuenta de que entendía la Biblia mucho mejor que ellos. Se dieron cuenta de que sus propias enseñanzas estaban equivocadas, pero no estaban dispuestos a creer en algo diferente.
Sin embargo, Jesús se comportó con tanta modestia y bondad que no se enojaron con él. Al contrario, querían que se quedase allí como alumno para enseñarle a explicar la Biblia como lo hacían ellos.
Cuando José y María salieron de Jerusalén en viaje de regreso a su hogar, no se dieron cuenta de que Jesús había quedado atrás. Pensaban que estaba con alguno de sus amigos en el grupo.
Pero al detenerse para acampar durante la noche, extrañaron su mano ayudadora. Lo buscaron por todo el grupo, pero en vano.
Entonces, José y María sintieron mucho miedo. Recordaron que Herodes había tratado de matar a Jesús en su infancia, y temieron que algo malo le hubiese sucedido.
Con corazones afligidos regresaron presurosos a Jerusalén; pero tan sólo lo encontraron al tercer día.
Se pusieron muy contentos al verlo de nuevo; sin embargo María pensó que merecía un reproche por haberlos dejado. Así que le dijo: "Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos buscado con angustia.
"Entonces él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?" Lucas 2:48, 49.
Al decir estas palabras el niño señalaba hacia arriba y en su rostro brillaba una luz que los dejó admirados. Jesús sabía que era el Hijo de Dios y que había estado haciendo la obra para la cual su Padre lo había enviado al mundo.
María nunca olvidó estas palabras, y en los años que siguieron entendió mejor su maravilloso significado.
José y María amaban a Jesús, y sin embargo habían sido descuidados al perderlo. Se habían olvidado precisamente de la obra que Dios les había confiado y en un solo día de descuido perdieron a Jesús.
De la misma forma, hoy muchos pierden la compañía del Salvador. Nos separamos de Cristo cuando no nos gusta pensar en él, orar, o cuando hablamos palabras ociosas, duras o malas. Sin él estamos solos y tristes.
Pero si realmente deseamos su compañía, él siempre estará con nosotros. Al Salvador le gusta estar junto a todos los que aman su presencia. El alegrará el más pobre de los hogares y regocijará al más humilde de los corazones.
Jesús crece
Aunque sabía que era el Hijo de Dios, Jesús volvió a Nazaret con José y María y hasta los 30 años de edad "les estaba sujeto". Lucas 2:51.
El que había sido el Comandante del cielo era ahora en la tierra un hijo amante y obediente. Guardaba en su corazón las grandes verdades simbolizadas por el servicio de culto en el templo. Quedó allí en Nazaret a la espera del tiempo dispuesto por Dios para comenzar la obra que le fuera señalada.
Jesús vivía en el hogar de un carpintero; es decir, de un hombre pobre. Fiel y alegremente hacía su parte para ayudar a sostener la familia. Tan pronto como tuvo la edad necesaria aprendió el oficio y trabajaba en el taller de carpintería con José.
Vestido con las rústicas ropas de un trabajador pasaba por las calles de la pequeña ciudad, yendo y viniendo a su trabajo. No usaba su poder para que su vida fuese más fácil.
Mientras Jesús trabajaba, tanto en la niñez como en la juventud, se fortalecía física y mentalmente. Trataba de usar todas sus facultades de tal manera que pudiera conservarlas con salud, con el fin de hacer mejor su trabajo.
Todo lo hacía bien. Quería ser perfecto, aun en el manejo de las herramientas. Con su ejemplo nos enseñó que debemos ser laboriosos, que debemos realizar las cosas cuidadosamente bien, y que un trabajo así es honorable. Todos deben hacer algo que resulte de provecho para sí mismos y para los demás.
Dios nos dio el trabajo como una bendición, y a él le agradan los niños que realizan con responsabilidad las tareas del hogar y comparten las cargas del padre y de la madre. Cuando salgan del hogar, esos niños serán una bendición para los demás.
Los jóvenes que tratan de agradar a Dios en todo lo que hacen, que hacen lo bueno porque es bueno, serán de utilidad en el mundo. Al ser fieles en las pequeñas cosas, se están capacitando para los puestos más elevados.