Después de haber estado en el desierto, Cristo volvió al Jordán, donde Juan el Bautista estaba predicando. En ese tiempo algunos hombres, enviados por los gobernantes de Jerusalén, le preguntaron a Juan con qué autoridad enseñaba y bautizaba al pueblo.
Querían saber si él era el Mesías, o Elías, o "el profeta", refiriéndose a Moisés. A todo esto contestó: "No soy". Juan 1:21. Entonces preguntaron: "¿Quién eres? Tenemos que dar respuesta a los que nos enviaron"
"Dijo: Yo soy 'la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor', como dijo el profeta Isaías". Juan 1:22, 23.
En los tiempos antiguos, cuando un rey debía viajar de una parte de su país a otra, se enviaba a ciertos hombres delante de su carroza a preparar los caminos.
Tenían que cortar árboles, recoger las piedras, rellenar los baches, de manera que el camino estuviera preparado para el rey.
Así que cuando Jesús, el Rey celestial, iba a venir, Juan el Bautista fue enviado para preparar el camino, es decir, anunciar a los hombres su venida y llamarlos al arrepentimiento.
Mientras Juan hablaba con los mensajeros que habían venido de Jerusalén, vio a Jesús a la orilla del río. Su rostro se iluminó, y extendiendo sus manos dijo:
"Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. Este es el que viene después de mí, quien es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado". Juan 1:26, 27.
La gente quedó muy conmovida. ¡El Mesías estaba entre ellos! Miraron ansiosos alrededor para encontrar a aquel del cual había hablado Juan, pero, al mezclarse con la multitud, Jesús se les perdió de vista.
Al día siguiente Juan volvió a ver a Jesús y señalando hacia él exclamó: "¡Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!" Juan 1:29.
Habló a los presentes de la señal que se había visto en ocasión del bautismo de Cristo. "Y yo le he visto y testifico que este es el Hijo de Dios". Juan 1:34.
Con asombro y admiración los oyentes miraban a Jesús y se preguntaban: ¿Es éste el Cristo?
Vieron que Jesús no llevaba ropas costosas ni aparentaba tener riquezas. Su vestimenta era sencilla, como la que usaba la gente pobre. Pero en su rostro pálido y cansado había algo que conmovió sus corazones.
Notaron en él una expresión de dignidad y poder; la mirada de sus ojos y cada rasgo de su semblante hablaba de divina compasión y amor inefable.
Sin embargo, los mensajeros de Jerusalén no se sintieron atraídos al Salvador. Juan no les dijo lo que ellos deseaban oír. Esperaban que el Mesías viniera como un gran conquistador, y cuando vieron que esa no era la misión de Jesús, se fueron desilusionados.
Al siguiente día Juan vio de nuevo a Jesús, y otra vez exclamó: "¡Este es el Cordero de Dios!" Juan 1:36. Al oír esto, dos de los discípulos de Juan que estaban cerca siguieron a Jesús. Escucharon sus enseñanzas, y llegaron a ser discípulos suyos. Uno era Andrés y el otro Juan.
Andrés puso a su propio hermano en contacto con Jesús: Simón, a quien Cristo llamó Pedro. Al día siguiente, cuando iban a Galilea, Cristo llamó a otro discípulo, Felipe, quien a su vez trajo a su amigo Natanael.
De esta manera la gran obra de Cristo en la tierra había comenzado. Uno por uno llamó a sus discípulos; uno trajo a su hermano, otro a su amigo. Esto es lo que todo seguidor de Cristo--joven o anciano--debe hacer: enseguida que conoce a Jesús, debe hablar a los demás acerca del precioso amigo que ha encontrado.
Milagro en las bodas
En Caná de Galilea, Cristo y sus discípulos asistieron a una fiesta de casamiento, en la que su maravilloso poder fue manifestado para la felicidad de esa reunión familiar.
En ese lugar se acostumbraba a usar vino en tales ocasiones. Antes que finalizara la fiesta, la provisión de mosto se había terminado. En esas fiestas una carencia así se interpretaba como falta de hospitalidad y constituía una vergüenza.
Le dijeron a Cristo lo que había sucedido y él pidió a los siervos que llenaran con agua seis grandes tinajas de piedra. Entonces ordenó: "Sacad ahora un poco y presentadlo al encargado del banquete". Juan 2:8.
El agua salió de las tinajas transformada en vino, de mejor calidad que el que habían servido antes, y hubo en cantidad suficiente para todos.
Después de esta manifestación, Jesús se alejó tan silenciosamente que los invitados se enteraron del milagro cuando él ya se había retirado.
El regalo de Cristo en esa fiesta de bodas fue un símbolo: el agua representaba el bautismo, y el vino su sangre, que había de ser derramada por el mundo.
El mosto que hizo Jesús no era fermentado. Siendo que esa clase de vino causa embriaguez y otros grandes males, Dios ha prohibido su consumo. El nos dice: "El vino es escarnecedor, la sidra alborotadora; ninguno que por su causa yerre es sabio". Proverbios 20:1. "Muerde como una serpiente, causa dolor como un áspid". Proverbios 23:32.
El mosto utilizado en la fiesta fue el jugo de uva puro y dulce. Era igual que aquel al cual el profeta Isaías se refiere como "mosto en un racimo"; y dice que "bendición hay en él". Isaías 65:8.
El hecho de que Jesús asistiera a aquella fiesta de bodas, revela que es correcto reunirse en una forma placentera. Le gustaba ver feliz a la gente. A menudo la visitaba en sus hogares y trataba de hacer que olvidara sus preocupaciones y problemas, y pensara en la bondad y el amor de Dios. En todas partes Cristo trataba de hacer esto mismo. Siempre que encontraba un corazón abierto para recibir el mensaje divino, le presentaba las verdades del camino de la salvación.
La mujer de Samaria
Un día, al pasar por Samaria, se sentó junto a un pozo a descansar. Una mujer vino a sacar agua y él le pidió de beber.
La mujer se sorprendió mucho, porque ella sabía cuánto odiaban los judíos a los samaritanos. Sin embargo, Cristo le dijo que si ella se lo pidiese, él le daría agua viva. Esto la sorprendió más aún. Entonces Jesús le aclaró: "Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna". Juan 4:13, 14. El agua viva es un símbolo del Espíritu Santo. Así como el viajero sediento necesita agua para beber, también nosotros necesitamos el Espíritu de Dios en nuestros corazones. El que bebe de esta agua nunca más tendrá sed.
El Espíritu Santo trae el amor de Dios a nuestros corazones. Satisface nuestros anhelos, de manera que las riquezas, honores y placeres de este mundo pierdan su atractivo. Nos llena de un gozo tal que deseamos que otros lo tengan también. Será como una fuente de agua que fluya en bendiciones derredor de nosotros.
Toda persona que tenga el Espíritu de Dios, vivirá para siempre con Cristo en su reino. Recibirlo por fe en el corazón, es el comienzo de la vida eterna.
Jesús le dijo a la mujer que le daría esa preciosa bendición si ella la pedía. También quiere ponerla a nuestro alcance
Esa mujer había quebrantado los mandamientos de Dios, y Cristo le reveló que conocía los pecados de su vida. Pero le manifestó también que era su amigo, que la amaba y se compadecía de ella, y que si estaba dispuesta a abandonar sus pecados, Dios la recibiría como hija suya.
¡Cuánto se alegró ella de saberlo! Muy contenta corrió a la ciudad cercana y llamó a la gente para que viniera a ver a Jesús.
Muchas personas llegaron hasta el pozo y le pidieron a Cristo que permaneciera con ellos. Se quedó dos días, enseñándoles. Muchos escucharon sus palabras, se arrepintieron de sus pecados y lo aceptaron como su Salvador.
El sermón en Nazaret
Durante su ministerio, Jesús visitó dos veces su antiguo hogar de Nazaret. En la primera visita fue a la sinagoga el día sábado.
En el rollo de Isaías leyó la profecía de la obra del Mesías que había de predicar las buenas nuevas a los pobres, consolar a los afligidos, dar vista a los ciegos, sanar a los enfermos.
Les dijo que todo esto se había cumplido ese día, porque esa era precisamente la obra que él estaba realizando.
Al oír estas palabras los presentes se llenaron de gozo. Creyeron que Jesús era el Salvador prometido. Sus corazones fueron conmovidos por el Espíritu Santo y respondieron con fervientes amenes y alabanzas al Señor.
Pero luego recordaron que Jesús había vivido entre ellos, como carpintero. Muchas veces lo habían visto trabajar en el taller con José. Y aunque sabían que sólo había realizado actos de amor y misericordia, no quisieron creer que él era el Mesías.
Estos pensamientos abrieron el camino para que Satanás gobernara sus mentes. Se enojaron con el Salvador, clamaron contra él y decidieron quitarle la vida.
Lo llevaron apresuradamente fuera de la ciudad, con la intención de despeñarlo por el borde de un cerro. Pero los santos ángeles estaban cerca para protegerlo. Pasó con toda seguridad entre la multitud, y desapareció.
La siguiente vez que fue a Nazaret, la gente ya no estaba dispuesta a recibirlo. Entonces, salió de allí para no regresar.
Cristo trabajó por los que necesitaban ayuda, y de todo el país acudía gente a reunirse en torno de él. Mientras los sanaba y les enseñaba, ellos se alegraban mucho. Parecía que el cielos se había acercado a la tierra, y la gente agradecía la gracia de un Salvador misericordioso.