Entre los judíos, la religión se había transformado en una rutina de ceremonias. A medida que se apartaron del verdadero culto a Dios y perdieron el poder espiritual que imparte su Palabra, trataron de suplir esa falta añadiendo a la religión ceremonias y tradiciones de su propia invención.
Sólo la sangre de Cristo puede limpiar del pecado. Únicamente su poder puede librar a los hombres de pecar. Pero los judíos establecieron que para ganar la salvación dependían de sus propias obras y de las ceremonias de la religión. Debido al celo con que las realizaban, pensaban que eran justos y merecedores de un lugar en el reino de Dios.
Pero sus esperanzas estaban fijas en la grandeza mundana. Anhelaban riquezas y poder, y esperaban recibirlas como recompensa a su supuesta piedad.
Creían que el Mesías establecería su reino en esta tierra, para gobernar a los hombres como un príncipe poderoso. Esperaban recibir todas las bendiciones mundanales cuando viniera.
Jesús sabía que sus esperanzas se verían frustradas. El había venido para enseñarles algo mucho mejor que lo que ellos habían buscado.
El Salvador vino a restaurar el verdadero culto de Dios, a traer una religión pura y sincera, procedente del corazón, manifestada en una vida justa y en un carácter santo.
En el hermoso Sermón de la Montaña explicó lo que Dios consideraba más precioso, y lo que da verdadera felicidad.
Las lecciones de Cristo se dirigieron en primer lugar a sus discípulos, que estaban contaminados por las enseñanzas de los rabinos. Pero lo que les dijo a ellos, es válido también para nosotros. Necesitamos aprender las mismas lecciones.
El sermón de la montaña
"Bienaventurados los pobres en espíritu", dijo Cristo. Mateo 5:3. Los pobres en espíritu son aquellos que reconocen su propia necesidad y pecaminosidad. Saben que por sí mismos no pueden hacer ninguna cosa buena. Desean la ayuda de Dios, y él les concede esa bendición.
"Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad y cuyo nombre es el Santo: 'Yo habito en la altura y la santidad, pero habito también con el quebrantado y humilde de espíritu, para reavivar el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados'". Isaías 57:15.
"Bienaventurados los que lloran". Mateo 5:4. Esto no se refiere a los que se quejan y murmuran, los que andan con rostro agrio y deprimido. Se refiere a aquellos que están realmente doloridos por sus pecados, y que piden perdón al Señor.
A todos éstos los perdonará generosamente. El Señor dice: "Y su lloro tornaré en gozo, y los consolaré, y los alegraré de su dolor". Jeremías 31:13.
"Bienaventurados los mansos". Mateo 5:5. Cristo dice: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón". Mateo 11:29. Cuando fue tratado injustamente, devolvió bien por mal y nos dio un ejemplo que debemos imitar.
"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia". Mateo 5:6. La justicia es hacer lo bueno, es obedecer la ley de Dios, porque en esa ley se establecen los principios de la justicia. La Biblia dice: "Todos tus mandamientos son justicia". Salmos 119:172.
Esa ley es la que Cristo, con su ejemplo, enseñó a obedecer. La justicia de la ley se ve en su vida. Tenemos hambre y sed de justicia cuando queremos que todos nuestros pensamientos, nuestras palabras y acciones sean iguales a las de Cristo.
Y podemos ser como Cristo si realmente lo deseamos. Podemos tener nuestra vida semejante a la suya, nuestras acciones en armonía con la ley de Dios. El Espíritu Santo pondrá el amor de Dios en nuestros corazones y hará que nos sintamos felices al hacer su voluntad.
Dios está más dispuesto a darnos su Espíritu Santo de lo que los padres lo están a dar buenas dádivas a sus hijos. Su promesa es la siguiente: "Pedid, y se os dará". Lucas 11:9; Mateo 7:7. Todos los hombres que tienen hambre y sed de justicia "serán hartos", es decir, saciados.
"Bienaventurados los misericordiosos". Mateo 5:7. Ser misericordioso es tratar a los otros mejor de lo que merecen. Así es como Dios nos trata. Se deleita en manifestarnos misericordia, y además es bondadoso con los desagradecidos y con los malos.
Así nos enseña a tratarnos los unos a los otros: "Antes sed bondadosos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo". Efesios 4:32.
"Bienaventurados los de limpio corazón". Mateo 5:8. Dios se interesa más por lo que realmente somos que por lo que decimos ser. No le interesa cuán hermosos podamos parecer, sino que desea que nuestros corazones sean puros. Entonces todas nuestras palabras y acciones serán buenas.
El rey David oró: "Crea en mí, Dios, un corazón limpio". Salmos 51:10. "¡Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, Jehová, roca mía y redentor mío!" Salmos 19:14. Esta debiera ser también nuestra oración.
"Bienaventurados los pacificadores". Mateo 5:9. El que tiene el espíritu manso y humilde de Cristo será un pacificador. Este espíritu no provoca peleas, no da ninguna respuesta enojada. Por el contrario, hace el hogar feliz e inunda de dulce paz a su alrededor.
"Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia". Mateo 5:10. Cristo sabía que por su causa muchos de sus discípulos serían puestos en la prisión, y otros serían muertos. Pero les dijo que no se lamentaran por ello.
Nada puede dañar a los que aman y siguen a Cristo porque él estará con ellos en todo lugar. Pueden ser entregados a la muerte, pero él les dará una vida que nunca terminará, y una corona de gloria que no se marchitará.
Y por medio de ellos otros llegarán a conocer al querido Salvador. Cristo dijo a sus discípulos:
"Vosotros sois la luz del mundo". Mateo 5:14. Jesús iba a dejar pronto la tierra para volver a su hogar celestial. Pero lo tanto, serían los discípulos los que debían enseñar a la gente acerca de su amor. Tendrían que ser como luces entre los hombres.
Como la luz de un faro que brilla en las tinieblas y guía al barco con toda seguridad al puerto, así también los seguidores de Cristo han de brillar en la oscuridad de este mundo para llevar a los hombres al Salvador.
Esta es la obra que Jesús nos invita a realizar en favor de la salvación de otros.
El buen samaritano
Estas enseñanzas eran extrañas y nuevas para los oyentes de Cristo, de modo que tuvo que repetírselas muchas veces. En una oportunidad un doctor de la ley se acercó a preguntarle: "Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna? Y Jesús le dijo: ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?
"Aquel, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.
"Bien has respondido--dijo Cristo--; haz esto, y vivirás". El escriba sabía que no había amado a los otros como a sí mismo. En vez de arrepentirse, trató de encontrar una excusa para su egoísmo. Por eso le preguntó a Jesús: "¿Y quién es mi prójimo?" Lucas 10:25-29.
Los sacerdotes y rabinos a menudo discutían acerca de este tema. Ellos no consideraban al pobre y al ignorante como sus prójimos, y no les demostraban ninguna bondad. Cristo no tomó parte en sus disputas, sino que contestó la pregunta relatando un hecho que había ocurrido hacía poco tiempo.
Cierto hombre, dijo él, iba de Jerusalén a Jericó. El camino era empinado y rocoso, y pasaba por una región agreste y solitaria. Aquí el hombre fue asaltado por los ladrones, y despojado de cuanto tenía. Lo golpearon, lo hirieron, y lo dejaron en el camino como muerto.
Mientras el hombre estaba allí tirado, pasaron por el lugar un sacerdote y un levita del templo de Jerusalén. Pero en vez de ayudarlo, siguieron de largo por otro lado.
Estos hombres habían sido elegidos para oficiar en el templo de Dios y debían haber estado, como él, llenos de misericordia y bondad. Pero sus corazones eran fríos y duros.
Después de un rato se acercó un samaritano. Los samaritanos eran despreciados y odiados por los judíos, a tal punto que no les hubiesen ayudado ni con un vaso de agua, ni con un bocado de pan. Pero el samaritano no pensó en eso. Tampoco en los ladrones que podían estar aguardándolo.
Allí estaba el extranjero, desangrándose y a punto de morir. Se despojó de su propio manto y lo envolvió.
Le dio de beber su propio vino y puso aceite sobre sus heridas. Lo subió a su cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó toda la noche.
A la mañana siguiente, antes de partir, pagó al posadero para que lo cuidara hasta que se restableciese. Cuando Jesús terminó de contar la historia se volvió hacia el doctor de la ley y le preguntó:
"¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?"
El doctor de la ley respondió: "El que usó de misericordia con él".
Entonces Jesús le dijo: "Ve, y haz tú lo mismo". Lucas 10:35-37.
De este modo Jesús nos enseñó que el prójimo es toda persona que necesita de nuestra ayuda, y a quien, por lo tanto, deberíamos tratar del mismo modo como nos gustaría que nos trate a nosotros.
El sacerdote y el levita pretendían guardar los mandamientos de Dios, pero fue el samaritano el que realmente los cumplió. Su corazón era bondadoso y amante, lo que vale más que todas las riquezas del mundo.
Al cuidar del extranjero herido, reveló que amaba a Dios y al hombre. A Dios le agrada que mutuamente nos hagamos bien y que demostremos nuestro amor hacia él siendo bondadosos con los que nos rodean.
Si vivimos así, estaremos actuando como verdaderos hijos de Dios y habitaremos con Cristo en el cielo.