El Salvador habló de sí mismo como de un pastor y de los discípulos como de su rebaño. Dijo: "Yo soy el buen pastor y conozco mis ovejas, y las mías me conocen". Juan 10:14.
Cristo dijo esto para consolar a sus discípulos, ya que pronto los dejaría, y cuando no estuviera más con ellos, recordarían sus palabras.
Cada vez que vieran a un pastor con su rebaño, pensarían en el amor y el cuidado del Salvador por ellos.
En las rocosas colinas y en los bosques de aquellas tierras el pastor permanecía con su rebaño tanto de día como de noche, y lo conducía a las orillas del río, donde crecía el pasto verde y delicioso.
Durante la noche protegía a las ovejas del ataque de las bestias y de los ladrones que a menudo acechaban por las inmediaciones.
Cuidaba tiernamente de las débiles y las enfermas. Tomaba a los corderitos en sus brazos y los llevaba junto a su pecho.
Por grande que fuera el rebaño, el pastor conocía a todas sus ovejas. Tenía un nombre para cada una, y las llamaba por él.
Así Cristo, el Pastor celestial, cuida su rebaño que está esparcido por el mundo. Nos conoce a todos por nuestro nombre, sabe en qué casa vivimos y cómo se llaman sus ocupantes. Cuida de cada uno como si no hubiera otro en todo el mundo.
El pastor iba delante de sus ovejas y hacía frente a todos los peligros. Luchaba con las bestias salvajes y con los ladrones. A veces el pastor moría defendiendo su rebaño.
Del mismo modo el Salvador cuida su rebaño de discípulos. Fue delante de nosotros para enfrentar el peligro. Vivió en esta tierra como nosotros, siendo un niño, un joven y un hombre. Venció a Satanás y todas sus tentaciones para que nosotros también podamos vencer.
Murió para salvarnos y, aunque ahora está en el cielo, no nos olvida ni por un momento. Cuida con seguridad a cada una de sus ovejas. Ninguno de los que lo sigan podrá ser atrapado por el gran enemigo.
Un pastor podía tener cien ovejas, pero si una faltaba, no se quedaba con las que se hallaban en el redil, sino que salía a buscar a la que se había perdido.
Solía andar en la noche oscura, en la tormenta, sobre montañas y valles. No descansaba hasta encontrar la oveja perdida.
Entonces la tomaba en sus brazos y la traía de vuelta al redil. No se quejaba de la larga y dura búsqueda, sino que decía alegremente: "Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido". Lucas 15:4-7.
De esta manera vemos que el Salvador y Pastor no cuida solamente a los que se hallan en el redil. El dice: "El Hijo del hombre ha venido para salvar lo que se había perdido". Mateo 18:11.
"Os dijo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que de noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento". Lucas 15:7.
Todos pecamos y nos hemos apartado del camino de Dios. Por esto Cristo nos compara con ovejas desorientadas que andan fuera del redil. El vino para ayudarnos a vivir sin pecado. A esto le llama traernos de vuelta al aprisco.
Cuando regresamos con el pastor y dejamos de pecar, Cristo dice a los ángeles en el cielo: "Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido". Lucas 15:6.
Entonces el coro celestial entona un canto jubiloso que llena todo el cielo con la más hermosa melodía.
Cristo nunca nos ha presentado la figura de un pastor entristecido que regresa sin la oveja. Esto es una garantía de que ni una sola oveja alejada del redil de Dios es olvidada.
No deja a ninguna sin ayuda. El Salvador recuperará de los desiertos del pecado a todo el que esté dispuesto a dejarse rescatar.
¡Anímese aquel que se haya alejado del redil! El buen Pastor está buscándote. Recuerda que su obra es "salvar lo que se había perdido". Esto te incluye a ti.
Sin dudas de la posibilidad de tu salvación, es como si desconfiaras del poder salvador de Aquel que te compró a un costo infinito. Que la fe tome el lugar de la incredulidad. Mira las manos que fueron perforadas en tu favor, y regocíjate en su poder para salvar.
Recuerda que Dios y Cristo están interesados en ti, y que toda la hueste de los cielos está ocupada en la obra de salvar a los pecadores.
"¡Señor, sálvame!"
Cuando Cristo estuvo en la tierra, demostró con sus milagros que tenía poder para salvar hasta lo sumo. Curando las enfermedades del cuerpo, manifestó su capacidad para eliminar el pecado del corazón.
Hizo que el cojo caminara, que el sordo oyera y que el ciego viera. Limpió a los pobres leprosos, sanó al hombre paralítico y a los que tenían todo tipo de enfermedad.
Por su palabra, aun los demonios eran arrojados fuera de aquellos a quienes poseían. Los que observaban estas obras maravillosas quedaban asombrados y decían: "¿Qué palabra es ésta, que con autoridad y poder manda a los espíritus impuros, y salen?" Lucas 4:36.
A la orden de Jesús, Pedro pudo caminar sobre el agua. Pero tuvo que mantener sus ojos sobre el Salvador. Tan pronto como apartó su mirada, comenzó a dudar y a hundirse.
Entonces clamó: "¡Señor, sálvame! Al momento Jesús, extendiendo la mano, lo sostuvo". Mateo 14:28-31. De la misma manera Cristo extenderá su mano para salvar a todo aquél que clame a él por ayuda.
Aun los muertos eran resucitados por el Salvador. Uno de ellos fue el hijo de la viuda de Naín. La gente lo conducía a la tumba cuando Jesús lo encontró. Tomó al joven por la mano, lo levantó y lo entregó vivo a su madre. Entonces los componentes de la procesión fúnebre regresaron a sus hogares cantando y glorificando a Dios.
Así también la hija de Jairo fue levantada por la palabra de Cristo; y Lázaro que había estado muerto durante cuatro días, fue llamado a salir de la tumba.
Cuando Cristo vuelva a la tierra, su voz abrirá las tumbas, y "los muertos en Cristo resucitarán" a una vida gloriosa e inmortal y estarán "siempre con el Señor". 1 Tesalonicenses 4:16, 17.
Fue una obra maravillosa la que el Señor hizo durante su ministerio en la tierra. Él mismo se refirió a ella en la respuesta que envió a Juan el Bautista. Juan estaba en la prisión, desalentado y desconcertado por la duda de si Jesús era realmente el Mesías. De manera que envió a algunos de sus seguidores a preguntar al Salvador:
"¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro?" Mateo 11:3.
Cuando los mensajeros encontraron a Jesús, lo vieron rodeado de muchos enfermos a quienes estaba sanando. Lo esperaron todo el día mientras él trabajaba con incansable actividad para ayudar a los que sufrían. Por fin, Cristo les dijo:
"Id y haced saber a Juan las cosas que oís y veis. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los pobres es anunciado el evangelio". Mateo 11:4.
Así, durante tres años y medio, Jesús "anduvo haciendo bienes". Entonces llegó el tiempo cuando su ministerio en la tierra debía terminar. Junto con sus discípulos debía ir a Jerusalén para ser traicionado, condenado y crucificado.
Así se cumplirían sus propias palabras: "El buen pastor su vida da por las ovejas". Juan 10:11.
"Ciertamente llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores... fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados. Por darnos la paz, cayó sobre él el castigo, y por sus llagas fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de nosotros". Isaías 53:4-6.