La Única Esperanza

Capítulo 13

El príncipe de paz

Jesús se acercaba a Jerusalén para asistir a la Pascua. Se hallaba rodeado de multitudes que también iban a esta gran fiesta anual.

Por orden suya, dos de sus discípulos trajeron un asno joven para que pudiera entrar cabalgando en Jerusalén. Extendieron sus mantos sobre la bestia, y montaron a su Señor sobre ella.

Inmediatamente resonó en los aires un vibrante grito de triunfo. La multitud lo aclamaba como su Mesías y Rey. Más de quinientos años antes, el profeta había predicho esta escena:

"¡Alégrate mucho, hija de Sión!... Mira que tu rey vendrá a ti... humilde, cabalgando sobre un asno". Zacarías 9:9.

La multitud aumentaba rápidamente, y todos estaban felices y entusiasmados. No podían ofrecerle regalos costosos en su camino pero extendieron sus mantos, como alfombra.

Quebraban de los árboles ramas hermosas de olivos y palmas y las esparcían en el camino. Pensaban que estaban escoltando a Jesús para tomar posesión del trono de David en Jerusalén.

Hasta entonces, el Salvador nunca había permitido que sus seguidores le tributaran honores reales. Pero en esta ocasión, especialmente, deseaba manifestarse al mundo como su Redentor.

El Hijo de Dios estaba por ser sacrificado por los pecados de los hombres. Su iglesia, en todas las edades siguientes, debía hacer de su muerte un tema de profunda meditación y estudio. Por lo tanto, era necesario que los ojos de toda la gente se dirigieran hacia él.

Después de una manifestación como ésta, sería imposible ocultarle al mundo las escenas de su juicio y su condenación. Dios quería que todo lo que ocurriese en los días finales de la vida del Salvador, fuera tan notorio y destacado que no hubiera poder alguno capaz de sepultarlo en el olvido.

En la vasta multitud que rodeaba a Jesús estaban las evidencias de su poder milagroso.

Encabezaban la procesión los ciegos a quienes había devuelto la vista.

Los mudos cuyas lenguas había soltado, prorrumpían en las hosannas más inspiradoras.

Los paralíticos a quienes había sanado saltaban de gozo, y eran los más activos en arrancar ramas de palmas y en agitarlas delante de él.

Viudas y huérfanos exaltaban el nombre de Jesús por sus obras de misericordia en su favor.

Los que habían sido aborrecidos por causa de la lepra y habían sido sanados por el poder de su palabra, tapizaban el camino con sus vestiduras.

También estaban allí los que habían sido resucitados de los muertos por la voz creadora y restauradora del Salvador.

Y Lázaro, cuyo cuerpo había sufrido la descomposición en la tumba, pero que ahora gozaba de la fortaleza de una gloriosa virilidad, estaba con la feliz multitud que escoltaba al Salvador en su desplazamiento rumbo a Jerusalén.

A medida que se añadían nuevos grupos a la procesión, estas personas captaban la inspiración de esa hora y se unían en los clamores, cuyos ecos resonaban de colina en colina y de valle en valle:

"¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!" Mateo 21:9.

"Maestro, reprende a tus discípulos"

Muchos fariseos presenciaron esta escena con desagrado, porque sintieron que estaban perdiendo el dominio sobre el pueblo. Con toda su autoridad trataron de silenciar a los manifestantes, pero sus amenazas y discursos sólo aumentaban el entusiasmo de los creyentes.

En vista de que no podían dominar al pueblo, se abrieron paso a través de la multitud hasta donde se encontraba Jesús, y le dijeron: "Maestro, reprende a tus discípulos".

Declararon que un tumulto tal era ilegal, y que no sería permitido por los gobernantes.

Jesús dijo: "Os digo que si éstos callaran las piedras clamarían". Lucas 19:39, 40.

Esta escena de triunfo había sido señalada por Dios mismo y predicha por los profetas, y ningún poder terrenal podía detenerla. La obra de Dios siempre irá adelante a pesar de todo lo que el hombre intente hacer para obstaculizarla o destruirla.

Cuando la procesión llegó a la cima de la colina desde la cual se divisa Jerusalén, observó el esplendor y la magnificencia de la ciudad.

La vasta multitud apaciguó sus clamores, fascinada por la repentina visión de la belleza que contemplaron. Todos los ojos se volvieron hacia el Salvador, esperando ver en su rostro la admiración que ellos mismos sentían.

Jesús se detuvo y una nube de tristeza cubrió su faz, mientras la multitud asombrada lo veía irrumpir en llanto.

Los que rodeaban al Salvador no podían entender su dolor; lloraba por la ciudad condenada a la destrucción.

Jerusalén había sido la niña de sus ojos y su corazón estaba lleno de angustia al comprender que pronto quedaría desolada.

Si sus habitantes hubiesen aceptado las enseñanzas de Cristo y lo hubiesen recibido como Salvador, Jerusalén habría "permanecido para siempre".

Habría llegado a ser la reina de los reinos, libre con la fuerza de su poder, concedido por Dios.

No se hubiesen visto entonces soldados armados guardando sus puertas, ni ninguna bandera romana flameando sobre sus muros.

Desde Jerusalén, la paloma de la paz hubiera salido hacia todas las naciones. Esta ciudad podría haber sido la gloria culminante del mundo.

Pero los judíos habían rechazado a su Salvador y estaban por crucificar a su Rey. Aquella tarde al ponerse el sol, la condenación de Jerusalén estaría sellada para siempre. (Unos cuarenta años después, Jerusalén fue totalmente destruida y quemada con fuego por el ejército romano.)

Cuando los gobernantes recibieron informes de que Jesús se estaba acercando a la ciudad rodeado de una vasta compañía de seguidores, salieron para encontrarlo con la esperanza de disolver la multitud. Con manifestación de gran autoridad preguntaron: "¿Quién es este?" Mateo 21:10.

Los discípulos, llenos del Espíritu de inspiración, contestaron con la profecía acerca de Cristo: "Adán os dirá: 'Es la simiente de la mujer que herirá la cabeza de la serpiente'. Génesis 3:15.

"Preguntad a Abrahán. El os dirá: 'Es Melquisedec, el Rey de Salem, el Rey de paz'. Génesis 14:18.

"Jacob os dirá: 'El es Shiloh, de la tribu de Judá'. Génesis 49:9, 10.

"Isaías replicará: 'Emanuel, Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz'. Isaías 7:14; 9:6.

"Jeremías responderá: 'La rama de David, el Señor, nuestra justicia'. Jeremías 23:5, 6.

"Daniel os dirá: 'Es el Mesías'. Daniel 9:25.

"Oseas contestará: 'Es el Señor, Dios de los ejércitos, Jehová es su nombre'. Oseas 12:5.

"Juan el Bautista os dirá: 'Es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo'. Juan 1:29.

"El gran Jehová ha proclamado desde su trono: 'Este es mi Hijo amado'. Mateo 3:17.

"Nosotros, sus discípulos, declaramos: 'Este es Jesús, el Mesías, el Príncipe de la vida, el Redentor'.

"Y hasta el príncipe de las potestades de las tinieblas lo reconoce diciendo: 'Sé quién eres, el Santo de Dios'". Marcos 1:24.