Al Atardecer de aquel mismo día, dos de los discípulos se dirigían a un pueblo llamado Emaús, que distaba unos doce kilómetros de Jerusalén.
Estaban perplejos por los acontecimientos recientes. Especialmente los confundía el informe de las mujeres que habían visto a los ángeles, y habían encontrado a Jesús después de su resurrección.
Regresaban ahora a su hogar para meditar y orar, con la esperanza de obtener alguna luz sobre estos sucesos tan extraños para ellos.
Mientras transitaban, un desconocido se acercó y comenzó a caminar con ellos; pero estaban tan ocupados en su conversación que apenas notaron su presencia.
Tan cargados de dolor estaban estos hombres fuertes, que lloraban mientras recorrían el camino. El corazón piadoso de Jesús sintió el deseo de consolarlos.
Como si fuera un extraño, comenzó a hablar con ellos. "Pero los ojos de ellos estaban velados, para que no lo conocieran. Él les dijo: ¿Qué pláticas son éstas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y por qué estáis tristes?
"Respondiendo uno de ellos, que se llamaba Cleofas, le dijo:
"¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días?
"Entonces él les preguntó: ¿Qué cosas? Y ellos le dijeron: De Jesús nazareno, que fue varón profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo". Lucas 24:16-19.
Ellos le contaron todo lo que había ocurrido y repitieron el informe de las mujeres que habían estado en la tumba temprano, esa misma mañana. El entonces dijo:
"¡Insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria?
"Y comenzando desde Moisés y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían". Lucas 24:25-27.
Los discípulos estaban mudos de admiración y placer. No se animaban a preguntar al extranjero quién era. Lo escuchaban ávidamente mientras les explicaba la misión de Cristo.
Si el Salvador se hubiera dado a conocer de inmediato a estos discípulos, ellos habrían estado tan felices que no hubieran querido nada más. Pero era necesario que entendieran cómo su misión había sido predicha por todos los símbolos y las profecías del Antiguo Testamento. Sobre estas cosas debían fundar su fe. Cristo no realizó ningún milagro para convencerlos, sino que su primera obra consistió en explicar las Escrituras. Habían considerado su muerte como la destrucción de todas sus esperanzas. Ahora él les demostró por los profetas que ésta era la más poderosa evidencia para su fe.
Al enseñar a sus discípulos, Cristo mostró la importancia del Antiguo Testamento como un testigo de su misión. Actualmente hay muchos que rechazan el Antiguo Testamento, diciendo que ya no es necesario. Pero ésta no es la enseñanza de Cristo. Tan valioso lo consideraba, que en una ocasión dijo: "Si no oyen a Moisés y a los Profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levante de los muertos". Lucas 16:31.
Mientras el sol se ponía, los discípulos llegaban a su hogar. Jesús "hizo como que iba más lejos", pero ellos no querían separarse de aquel que les había traído tanto gozo y esperanza.
De manera que le dijeron: "Quédate con nosotros, porque se hace tarde y el día ya ha declinado. Entró, pues, a quedarse con ellos". Lucas 24:28, 29.
La sencilla cena pronto estuvo lista, y Cristo ocupó su lugar a la cabecera de la mesa, como era su costumbre.
Por lo general era el deber del dueño de casa pedir la bendición sobre los alimentos; pero Cristo colocó sus manos sobre el pan y lo bendijo. En ese momento los ojos de los discípulos fueron abiertos y reconocieron a Jesús.
El acto de bendecir los alimentos, la expresión de la voz, ahora familiar, las huellas de los clavos en sus manos, todo proclamaba que era su amado Maestro.
Por un momento permanecieron fascinados; luego se levantaron para caer a sus pies y adorarlo; pero él, repentinamente desapareció.
Paz a vosotros
En su gozo se olvidaron de su hambre y cansancio. Dejaron la comida sin probar, y se apresuraron a regresar a Jerusalén con el precioso mensaje de su Salvador resucitado.
Estaban todavía contando estas cosas a los discípulos, cuando Cristo mismo apareció en medio de ellos, y con las manos levantadas como para bendecirlos, dijo: "¡Paz a vosotros!" Lucas 24:36.
Al principio se espantaron, pero cuando les mostró las huellas de los clavos en sus manos y en sus pies, y comió con ellos, creyeron y fueron consolados. La fe y el gozo reemplazaron a la incredulidad, y con sentimientos que las palabras no pueden explicar, reconocieron a su Salvador resucitado.
Como Tomás no estaba con ellos en esta reunión, se negó a creer los informes relativos a la resurrección. Pero ocho días después Jesús apareció a los discípulos cuando Tomás estaba presente.
En esta ocasión de nuevo mostró en sus manos y en sus pies las señales de la crucifixión. Tomás se convenció de inmediato, y exclamó: "¡Señor mío, y Dios mío!" Juan 20:28.
Serán testigos
En el aposento alto Cristo explicó una vez más las Escrituras concernientes a él mismo. Les dijo entonces a los discípulos que el arrepentimiento y el perdón de los pecados debían ser predicados en su nombre entre todas las naciones, comenzando en Jerusalén.
Antes de su ascensión al cielo, les dijo: "Pero recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra". "Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo". Hechos 1:8; Mateo 28:20.
Ustedes fueron testigos, les dijo, de mi vida de sacrificio en favor del mundo. Vieron que recibo generosamente a todos los que vienen a mí confesando sus pecados. Todos los que quieren, pueden ser reconciliados con Dios y tener vida eterna.
A ustedes, mis discípulos, les encomiendo este mensaje de misericordia. Debe ser llevado a todas las naciones, pueblos y gentes.
Vayan hasta los lugares más lejanos del mundo habitado. Recuerden que hasta allí los acompañará mi presencia.
La comisión del Salvador a los discípulos incluía a todos los creyentes hasta el fin del tiempo.
No todos pueden predicar ante congregaciones, pero todos pueden trabajar individualmente por las personas. Pueden atender a los que sufren, ayudar a los necesitados, consolar a los afligidos y hablar a los pecadores del amor perdonador de Cristo. Esta es la obra encomendada a cada cristiano. Quienes la hacen, son verdaderamente sus testigos.