La Única Esperanza

Capítulo 29

"Este Jesús"

La obra del Salvador sobre la tierra estaba terminada. Se acercaba el momento cuando debía regresar a su hogar celestial. Había vencido y ahora estaba listo para recuperar su posición junto al Padre, en su trono de luz y de gloria.

Jesús eligió el Monte de los Olivos como lugar de su ascensión. Acompañado por los once discípulos, recorrió el camino a la montaña. Pero ellos no sabían que ésta sería la última entrevista con su Maestro. Mientras caminaban, el Salvador les dio su instrucción de despedida. Precisamente antes de dejarlos, hizo aquella preciosa promesa tan significativa para cada uno de sus seguidores:

"Y yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del. mundo". Mateo 28:20.

Cruzaron la cumbre, hasta llegar cerca de Betania. Aquí se detuvo, y los discípulos lo rodearon. Rayos de luz parecían irradiar de su semblante mientras los miraba con amor. Escucharon de los labios del Salvador las últimas palabras, pronunciadas con la más profunda ternura.

Con las manos extendidas en actitud de bendición, se elevó lentamente. Mientras ascendía fue seguido fijamente por las miradas de sus asombrados discípulos, que no querían perderlo de vista. Una nube de gloria lo recibió, escondiéndolo de su vista. Al mismo tiempo llegaron a sus oídos las más bellas y gozosas melodías entonadas por un coro angelical.

Vendré otra vez

Mientras los discípulos todavía tenían los ojos fijos en lo alto, oyeron unas voces que sonaban como la música más melodiosa. Se dieron vuelta y vieron a dos ángeles con apariencia de hombres que les hablaron, diciendo:

"Galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo". Hechos 1:11.

Estos ángeles pertenecían al grupo que había venido para escoltar al Salvador a su hogar celestial. Con simpatía y amor hacia aquellos que quedaban en tierra, habían permanecido junto a los discípulos para asegurarles que esta separación no sería para siempre.

Cuando sus seguidores retornaron a Jerusalén, el pueblo los miraba con asombro. Después del juicio y la crucifixión de su Maestro, era de suponer que estuvieran abatidos y avergonzados. Sus enemigos esperaban ver en sus rostros una expresión de dolor y derrota. Sin embargo, en lugar de esto, había sólo alegría y triunfo. Sus semblantes brillaban con una felicidad que no es propia de la tierra. No se lamentaban por sus esperanzas frustradas, sino que estaban llenos de alabanza y agradecimiento a Dios.

Con gran alegría contaban a todos la maravillosa historia de la resurrección de Cristo y su ascensión al cielo, y su testimonio fue aceptado por muchos.

Los discípulos no tenían ya ninguna desconfianza en el futuro. Sabían que el Salvador estaba en el cielo y que las simpatías de él los acompañaban. Sabían que estaba presentando ante Dios los méritos de su sangre, mostrando al Padre sus manos y sus pies heridos, como una evidencia del precio que había pagado por sus redimidos.

Como sabían que vendría otra vez en compañía de todos sus santos ángeles, ahora esperaban este acontecimiento con gran gozo y anhelante anticipación.